Eres Mujer

Ella era la mejor de la oficina.

Por primera vez, Mariana Eres sabía que nadie de sus compañeros de trabajo podía cerrar a los inversionistas como ella.

Mariana tomaba su teléfono, sus papeles y notas y se acomodaba la falda mientras salía rumbo a la sala de juntas esa mañana.

Hoy se planearía como aterrizar a los inversionistas que venían desde Nueva York a cerrar por todo un año los servicios de la compañía donde trabajaba Mariana.

“Muy buenos días a todos. Comencemos”, anunciaba el Sr. Martinez, jefe inmediato de Mariana y encargado de la cuenta de los neoyorkinos.

La junta comenzaba y todos daban sus puntos de vistas sobre lo que planeaban para entretener y sobre todo lograr la confianza y cerrar el negocio con los inversionistas.

Mariana, cuando fue su turno, expuso lo que todos pensaban era el mejor plan de ataque. Ella era experta en cerrar a clientes, no solo por su inteligencia y su experiencia sino por su carisma y la confianza que podía ella brindar.

La única mujer con experiencia en su oficina, rodeada de 7 otros hombres en un sala de juntas tensa ya no la preocupaban. Ella dominaba el tema, la inversión, y su estrategia no fallaba.

El Sr. Martínez solo la veía y no decía nada.

Mariana se sienta después de exponer su punto y siguieron Jaime y Eduardo. Ambas propuestas eran absurdas y costosas para la empresa. Hector, su mejor amigo, también expuso lo que el pensaba que podía ser la mejor estrategia. No tan tonta como la de Jaime o la de Eduardo, pero Mariana sabía que el Sr. Martínez usaría su propuesta. Era la mejor.

“Muy bien, gracias a todos por sus ideas. Mariana, excelente trabajo. Jaime, Eduardo y Hector, muy buena participación”.

Mariana no podía dejar de sonreír. Era obvio que ella llevaría el cierre de los clientes.

“Mi idea es un poco diferente. Eduardo y Jaime, hoy en la noche nos vamos a cenar con los inversionistas y los llevaremos a pasear por la ciudad. Mirta ya hizo las reservaciones en los lugares y nos vamos por ellos al hotel como a las 7pm. Cenaremos, tal vez cognac y unos puros cubanos y después nos vamos a donde quieran, si quieren tabledance, pues nos vamos al table”, continuaba el Sr. Martinez.

Mariana se confundía y por fin dijo “¿cómo? ¿Yo no voy a ir a esa reunión, Sr. Martinez?”

“Lo siento Mariana, pero esto que haremos en la noche es cosa de caballeros. No encajas en el grupo. Los queremos cómodos para que nos den todo el negocio”, decía tajantemente el Sr. Martínez.

La junta continuó con un sinfín de tonterías. Datos irrelevantes, planes sosos y Mariana con una mirada perdida llena de incredulidad que en el 2023 este tipo de machismo laboral se diera.

Al terminar la junta, Mariana tomó sus cosas y se fue, sin importarle que era todavía temprano para hacerlo.

Ni siquiera escuchó la voz de Hector que le trataba de explicar que se calmara, que a el tampoco lo habían invitado, que no lo tomara a mal, etc.

Mariana no quiso ni siquiera detenerse a escucharlo porque su rabia era mucha y no tenía la culpa Hector.

Mariana se fue al bar de la esquina, donde siempre iban a tomar cuando el trabajo les daba tiempo o cuando querían festejar algo.

Con sus dedos recorría el vodka tónica que había pedido. Tomaba un poco y Pedro el cantinero no se atrevía a preguntarle que pasaba.

Sentada sola en la barra porque todavía era temprano, Mariana se cuestionaba muchas cosas.

¿Por qué lo permitía? ¿Es tanta mi necesidad del trabajo?

En eso llega un hombre con un traje y se sienta a un lado. Mariana ni lo voltea a ver. Ella sigue tomando y pensando en su día tan pesado y al mismo tiempo decepcionante.

“Buenas tardes, señorita”, decía el señor trajeado. “¿Le invito otro vodka?”

Mariana educadamente rechazó el obsequio. “Gracias, pero no. Así estoy bien”.

Después de muchos intentos más de querer entablar conversación con ella, el señor trajeado se daba por vencido. Le da su tarjeta con su teléfono y le dice, “Estoy en el hotel de enfrente, habitación 344. Pago lo que me pidas” y se retira sin que Mariana captara lo que había escuchado.

Pedro logra entender lo que pasaba y le dice “Ay, Señorita Mariana. No puedo creer lo que ví. Miles de hombres han llegado aquí solos a tomar y comienzan a platicar con los otros. Terminan haciendo negocios. Este extraño llega y la ve sola y piensa otra cosa. ¡Qué difícil se me hace que es ser mujer!”

Mariana ya ni dijo nada. Se terminó su vodka y llamó un Uber. Ya había tenido demasiado por un día, un día misógino y un día donde se sintió perder por ser mujer.