La Nostalgia de los Cohetes

No esperaba llorar en Disneyland.
Mucho menos frente al castillo.

La Navidad siempre tiene esa trampa: uno cree que va a celebrar el presente, pero termina encontrándose con el pasado. Las luces, la música, los aromas dulces en el aire… todo conspira para abrir cajones que uno cree bien cerrados. Y entonces sucedió. Los cohetes comenzaron a iluminar el cielo sobre el castillo de Disneyland y, al mismo tiempo, una canción melancólica empezó a sonar. Sin aviso, algo dentro de mí se quebró suavemente.

No fue tristeza. Fue memoria.

La música, lenta, nostálgica, casi susurrada, parecía abrazar cada explosión de luz en el cielo. No acompañaba el espectáculo: lo guiaba.

Cada nota me llevaba más lejos, más atrás en el tiempo, a una época donde la vida era simple y la felicidad no necesitaba explicaciones. Volví a ser niña. Volví a caminar de la mano de mi hermana, a correr con mis primos, a reírnos sin razón aparente. Volví a ese tiempo en el que lo único importante era estar juntos.

Recuerdo nuestras carcajadas, las filas interminables que no parecían largas, el cansancio que no pesaba. Recuerdo la sensación de seguridad absoluta, esa que solo se tiene cuando eres niño y no sabes, ni te importa, lo complicado que puede volverse el mundo. Éramos un pequeño universo, completo y perfecto en su propia lógica.

Los cohetes seguían explotando y las canciones navideñas continuaban, tocando fibras que creía dormidas. Cada luz era un recuerdo. Cada acorde, una imagen: una Navidad más sencilla, un abrazo largo, una foto borrosa, un “¿otra vez?” dicho entre risas. Mi hermana ahí, siempre. Mis primos, cómplices de travesuras y sueños. Yo, sin saber que esos momentos se convertirían algún día en refugio.

Lloré porque entendí algo importante: no estaba llorando por lo que se fue, sino por lo que permanece. Porque esos recuerdos siguen vivos en mí. Porque esa niña sigue habitando mi corazón, aunque ahora camine con otras responsabilidades, otras heridas, otras certezas.

Disneyland tiene esa magia engañosa: te promete fantasía, pero te entrega verdad. Te recuerda quién fuiste, quién eres y todo lo que amas sin darte cuenta. El castillo no fue solo un castillo esa noche; fue una puerta. Y la canción, junto a los cohetes, fue la llave.

Cuando el último destello se apagó y la música se desvaneció, respiré hondo. Me sequé las lágrimas. Sonreí. Porque entendí que crecer no significa olvidar, y que la Navidad, a veces, no se celebra con regalos, sino con recuerdos que siguen brillando dentro de nosotros.

Esa noche, frente al castillo, regresé a mi niñez. Y esa niñez estaba hecha de risas, de primos, de mi hermana… y de una canción que me recordó que la magia sigue viva..

¡Feliz Navidad!

Les dejo un video de los cohetes (no es mío, es de Youtube).

https://youtu.be/fr7nuatT98s?si=uSAtHch5sLkJeWu3