Después de 7 meses sin ver a mi mamá, por fin nos animamos a ir a Mexicali un par de días para saludarla. Regresar a la casa de mi mamá siempre me hace sentir una paz y una seguridad indescriptible. La buena vibra de esa casa me abraza, me llena de todo lo que he sido desde 1985 (cuando nos mudamos allí).
Es muy chistoso. Yo vendo casas y sin embargo con el tiempo he aprendido que los bienes no deben ser atados a las emociones. Pero ese sentir de ‘volver a casa’ me encanta. Los aromas a limpio, el perfume de mi mami en toda la casa y el recuerdo de días muy felices. Al final siempre me doy cuenta que volver a casa es regresar al abrazo de mi mami. (De un segundo porque dice que no sabe si la puedo contagiar, jajajaja. Seguido por un Lysol).
No voy a escribirles de mi viaje el día de hoy, aunque quiero mandar un beso a los cachanillas por haberme recibido con ellos. Siempre me hacen muy feliz, en especial mi hermana, mi cuñado y mis sobrinos que son mis hijos.
Regresamos el lúnes, llegué a la 1am porque nunca pensé que iba a hacer tanta fila para cruzar. Pero bueno, lo bailado ya nadie me lo quita.
Al entrar a mi casa, mis hijos muertos de sueño, mi perrita muerta de hambre y yo con un agotamiento espectacular, comenzamos a prepararnos para ya dormirnos sin hacer nada más.
Al ir al plato de la Kiara (mi yorkie), algo se movía en su camita y en su plato que había quedado con algunas croquetas.
Eran miles de hormigas.

Hormigas no sólo en el plato de la Kiara. Estaban en todos lados.
En todo el piso, en los baños, en los closets. Hormigas.
Sin tener la fuerza suficiente para llorar, todos gritando echábamos veneno para pulgas que compré para colchones (porque me estresaba vivir en San Diego con la humedad. Estoy acostumbrada al clima más seco del planeta).
Vimos que las hormigas se calmaron. Mis hijos se durmieron pero yo no podía dormirme.
Era muy importante para mí ver a dónde iban. La oficina de los depas ya nos habían avisado que había hormigas y que ellos ya estaban fumigando por fuera. Me puse a buscar más hormigas.
Encontré otra fila de hormiguitas negras. De esas indefensas pero muy abundantes. En lugar de rociarlas con el veneno, me puse a seguirlas. (Sí, a las 2am, ya en piyamas).
Observaba su caminar. Parecía que llevaban una secuencia. Iba una hormiga. Luego iban dos. Las que iban juntas iban pegando sus patitas de enfrente, como con ritmo. 1 hormiga, 2 hormigas. 1 hormiga, 2 hormigas. Casi diciendo en la formación el ‘Un, dos. Un, dos. Un, dos’.
Me impresionaba la manera que se movían. Ellas sentían mi presencia porque de repente se frenaban. Lo curioso es que se frenaban todas al mismo tiempo, uniformemente, con el mismo ritmo.
¡Qué grandioso es el trabajo en equipo de las hormigas!
Las seguí, iban por el marco de mi closet y se pasaban por la alfombra hasta llegar a mi baño. Subían por la orilla de la tina y todas se iban yendo hacia la coladera.
Me detuve otro rato más a verlas. Unas hormigas, antes de entrar a la coladera de la tina, se quedaban arriba y les puedo casi jurar que estaban usando señales como los que dirigen al avión en las pistas de los aeropuertos.

Van a pensar que estoy loca. Observando hormigas en la madrugada en lugar de dormir. Pero quiero que sepan que me inspiraron a trabajar. Les tuve envidia porque nunca ví una hormiga rendirse.
Todas se ayudaron. Dirigían el tráfico hasta asegurarse que todas llegaran a salvo a la coladera. Me imagino que en algún lugar del edificio se encuentra esa colonia de hormigas planeando su próxima emboscada a mi alacena.
Al final les tuve que echar el veneno y me sentí mal haberlo hecho. Me sentí lo negativo que nos pasa en la vida y que nos atrofia los planes. Tanto trabajo en equipo, tanta organización para ser destrozada en un ratito.
Me sentí el COVID-19 al acabar con las hormigas.
En el Islam hubiera cometido un grave pecado.
El día siguiente decidí comprar un galón de vinagre blanco y hacer mi propia mezcla de agua con vinagre para rociar en las coladeras, afuera, en las entradas. No quiero matarlas. Sólo quiero que se vayan (con los vecinos ruidosos, jajaja).
Las hormigas, desde los tiempos bíblicos han simbolizado un sinfín de cosas.
Las hormigas simbolizan fuerza, perseverancia, el poder de superar los obstáculos.
La hormiga es símbolo de buena suerte, de prosperidad y de larga vida.
La hormiga es capaz de llevar una carga muy pesada, por mucho tiempo y hacia una distancia muy larga.
No se rinden y si uno de sus compañeros necesita ayuda, se detiene y se regresa a prestar sus servicios a las hormigas necesitadas.
Mi conclusión ha sido que ojalá los humanos fuéramos más como las hormigas, con ese don de servicio, esa perseverancia para salir adelante a pesar de lo que sea, esa manera tan activa de andar, de cambiar de dirección si el camino dicta peligro.
Las hormigas no se meten el pié. Se ayudan entre todas. El fin de las hormigas es cumplir un propósito en equipo. Las hormigas no quieren sobresalir unas de otras. Si se mueren en el camino, regresan por los cuerpos (lo ví de verdad. No es mentira).
Me imagino que al irse por la coladera llegan todas a la colonia y platican si vale la pena quedarse ó de plano mejor cambiar de rumbo.
Pero las hormigas se van todas juntas, en equipo, aunque tarden días en mudarse.
Paso a paso se mueven, avanzan, logran objetivos mediante una muy organizada e inteligente operación hormiga.
Para que se den una idea de como es una colonia de hormigas, un hombre echa aluminio fundido a un agujero de hormiguero. El resultado es asombroso (en el video a continuación):

Nos vemos el próximo miércoles 🙂
Que impresionante 😍
Seamos más como las hormigas!
Definitivamente todas las empresas y equipos serían otra cosa si actuáramos como hormigas. Dios nos habla a través de su naturaleza perfecta y no ponemos atención. Gracias or darte el tiempo amiga 😍