No esperaba llorar en Disneyland. Mucho menos frente al castillo.
La Navidad siempre tiene esa trampa: uno cree que va a celebrar el presente, pero termina encontrándose con el pasado. Las luces, la música, los aromas dulces en el aire… todo conspira para abrir cajones que uno cree bien cerrados. Y entonces sucedió. Los cohetes comenzaron a iluminar el cielo sobre el castillo de Disneyland y, al mismo tiempo, una canción melancólica empezó a sonar. Sin aviso, algo dentro de mí se quebró suavemente.
No fue tristeza. Fue memoria.
La música, lenta, nostálgica, casi susurrada, parecía abrazar cada explosión de luz en el cielo. No acompañaba el espectáculo: lo guiaba.
Cada nota me llevaba más lejos, más atrás en el tiempo, a una época donde la vida era simple y la felicidad no necesitaba explicaciones. Volví a ser niña. Volví a caminar de la mano de mi hermana, a correr con mis primos, a reírnos sin razón aparente. Volví a ese tiempo en el que lo único importante era estar juntos.
Recuerdo nuestras carcajadas, las filas interminables que no parecían largas, el cansancio que no pesaba. Recuerdo la sensación de seguridad absoluta, esa que solo se tiene cuando eres niño y no sabes, ni te importa, lo complicado que puede volverse el mundo. Éramos un pequeño universo, completo y perfecto en su propia lógica.
Los cohetes seguían explotando y las canciones navideñas continuaban, tocando fibras que creía dormidas. Cada luz era un recuerdo. Cada acorde, una imagen: una Navidad más sencilla, un abrazo largo, una foto borrosa, un “¿otra vez?” dicho entre risas. Mi hermana ahí, siempre. Mis primos, cómplices de travesuras y sueños. Yo, sin saber que esos momentos se convertirían algún día en refugio.
Lloré porque entendí algo importante: no estaba llorando por lo que se fue, sino por lo que permanece. Porque esos recuerdos siguen vivos en mí. Porque esa niña sigue habitando mi corazón, aunque ahora camine con otras responsabilidades, otras heridas, otras certezas.
Disneyland tiene esa magia engañosa: te promete fantasía, pero te entrega verdad. Te recuerda quién fuiste, quién eres y todo lo que amas sin darte cuenta. El castillo no fue solo un castillo esa noche; fue una puerta. Y la canción, junto a los cohetes, fue la llave.
Cuando el último destello se apagó y la música se desvaneció, respiré hondo. Me sequé las lágrimas. Sonreí. Porque entendí que crecer no significa olvidar, y que la Navidad, a veces, no se celebra con regalos, sino con recuerdos que siguen brillando dentro de nosotros.
Esa noche, frente al castillo, regresé a mi niñez. Y esa niñez estaba hecha de risas, de primos, de mi hermana… y de una canción que me recordó que la magia sigue viva..
¡Feliz Navidad!
Les dejo un video de los cohetes (no es mío, es de Youtube).
2. Por La Revista Binacional, porque me recuerda todos los sentimientos que un humano puede tener, a veces todos al mismo tiempo, el mismo día. A todo el equipo, gracias.
3. Por las videollamadas, la mejor herencia del COVID.
4. Por mis tenis favoritos, que combinan con todo… menos con lo que ya traigo puesto. Pero estaban casi regalados mis Hoka morados.
5. Por los correos que redacto en mi cabeza, pero nunca mando (y la verdad estaban buenos).
6. Por las juntas que pudieron ser un mensaje, pero para hacernos sentir mas importantes las hicimos en persona.
7. Por mi celular, que siempre cae de panza al piso como si fuera apuesta, (bueno, mas bien, doy gracias por el protector que le compré que me lo cuida super bien)
8. Por el GPS, que me manda por “la ruta más rápida”, donde nomás voy yo.
9. Por mis pestañas que todavía no se me caen, aunque llore, tenga alergia, me despinte con aceite del mas chafa. Ya no son las de cuando tenía 20 pero todavía tengo.
10. Por la gente que dice “nomás una pregunta”, y terminamos sentados platicando.
11. Por las noches que juro dormirme temprano, y termino dándole vuelta a TikTok hasta que sale una gringa que dice en su video “You have been scrolling for hours”.
12. Por los días que despierto sin alarma, pero el cerebro insiste en las 6 am.
13. Por mi cama, que es mi base, mi refugio, mi lugar seguro.
14. Por mi Kiara, mi Yorkie preciosa, la reina de mi casa, que sabe cuándo necesito de su amor.
15. Por los mensajes de “¿sigue interesada?”, cuando nunca pedí nada, pero bueno.
16. Por los que me piden seguirme en redes sociales y en cuanto los acepto me mandan por mensaje privado “Te ayudo a bajar 15 kilos”. Dios los bendiga, jajaja.
17. Por mi calendario que está lleno de cosas que hacer. Así no estoy sin hacer nada ni pensando cosas negativas.
18. Por el DJ de Spotify que me quiere mucho y me pone música muy padre.
21. Por los cuadernos que compro con toda la emoción, y siguen nuevecitos porque nunca los uso.
22. Por mis amigos, que siempre saben cuándo necesito un vinito VIP.
23. Por los días en que me levanto feliz. No he encontrado la fórmula de hacerlo adiario pero creo que tiene que ver con la luna.
24. Por mis hijos, que regresaron a mi casa este año pero se que pronto van a volver a irse. Los disfruto, los amo y me llenan de vida. Por toda mi familia, desde mi mamá, hermana, sobrinos, primos, tíos. Ustedes me inspiran, mueven, y hacen ser la mejor versión de mi.
25. Por mí misma, porque sigo dándole, riéndome, sobreviviendo, avanzando y ESCRIBIENDO.
GRACIAS. GRACIAS. GRACIAS. A todos por leerme. NOS VEMOS A LA PROXIMA.
Amigos, tengo que contárselo. Si me conocen, saben que el Universo me habla en códigos, y el código de la boda de Liz y Carlos fue el 4. No es un número, es una declaración. Es la base, la estabilidad, el orden que se encuentra en el mundo natural, y ahora, en este nuevo matrimonio.
🌟 La Magia del Cuatro en Su Historia Todo, o casi todo, giró en torno al número que construye y sustenta:
Cuatro Noches de Celebración: No fue un día, fue un viaje. Una inmersión total. Cuatro noches para reír, bailar, abrazar y crear recuerdos que no caben en un solo amanecer. Es la promesa de que esta relación tendrá solidez y resistencia ante todo.
4 recámaras en el Airbnb. 4 cortes de carne en Carne y Pisto. Los 4 Carajillos mas ricos del mundo.
La Ceremonia de los Cuatro Elementos: ¡Esto fue épico! Un ritual que invocó la fuerza de la Tierra (estabilidad), el fluir del Agua (emociones y adaptabilidad), la pasión del Fuego (energía y transformación) y la libertad del Aire (comunicación y espíritu). Un cimiento inquebrantable para su unión.
El Viaje de San Diego a Cuernavaca: Partimos cuatro (Vero, Adri, Arnulfo y yo). La ruta, la camaradería, los 4 Bon Bon Bums de Maracuyá… Todo fue perfecto. Cuatro almas listas para presenciar una historia de amor. Y luego, en Cuernavaca, nos convertimos en cinco porque llegó Nora. El número de la aventura y la libertad, la mezcla de la estabilidad (4) y la individualidad (1).
El Regreso al Origen (Cuatro de Nuevo): Al volver, éramos cuatro de nuevo, despidiendo al gran Arnulfo que se va a un merecido sabático. Es la prueba de que, aunque la vida cambia y los ciclos se cierran, la base y la amistad verdadera (ese círculo de cuatro) se mantienen firmes.
Nos fuimos Las 4 Malinches a CDMX un día, donde combinamos en arte y la comida; Polanco y los taxis de la muerte; 4 tiempos de experiencia culinaria con una obra en 4 cuadros.
🌍 El Cuatro, El Constructor del Mundo El número 4 no es casualidad. Es el ancla de nuestra realidad.
En la Naturaleza y el Cosmos:
Cuatro Estaciones: Primavera, Verano, Otoño, Invierno. El ciclo completo de la vida.
Cuatro Puntos Cardinales: Norte, Sur, Este, Oeste. Orientación, rumbo, y un camino claro.
Cuatro Elementos: Tierra, Agua, Fuego y Aire (que, como vimos, bendijeron su unión).
En la Estructura:
Cuatro Lados de un Cuadrado: Bases iguales, estabilidad perfecta, orden.
Cuatro Patas de una Mesa/Silla: Soporte, solidez, el lugar donde se construyen los sueños y se comparten las comidas.
En la Cultura Pop y Más Allá:
Los Cuatro Beatles: El cuarteto que redefinió la música y la cultura.
Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis: Un recordatorio de la totalidad del destino (aunque no se lo deseamos a nadie, ¡claro!). Y pues era Día de Muertos. Los vimos por todos lados.
Los Cuatro Acuerdos Toltecas: Un código de vida para la paz mental. En numerología, el 4 representa el trabajo duro, la disciplina, la paciencia y la construcción de bases sólidas. Es el número de los constructores, de los que saben que lo bueno lleva tiempo. ❤️La Conclusión (A Mi Estilo) Liz y Carlos no solo se casaron, sino que cimentaron su vida en una estructura cósmica. No es solo amor; es compromiso (el 4 en el amor), es una base incondicional y un futuro meticulosamente planeado (¡ya saben cómo son de organizados!). Su matrimonio es el cuadro perfecto, con cuatro caras de estabilidad, cuatro esquinas de apoyo y el espíritu de los cuatro elementos. Es una obra maestra que acaba de empezar. ¡Felicidades, mis constructores (y Carlos arquitecto) de sueños! Que la estabilidad y la aventura del número 4 los acompañen siempre.
El Infierno del “Hubiera” y la Fatiga de Pensar Demasiado
¿Cómo les va con sus propios dramas mentales? Yo, aquí, como siempre, sumergida en las profundidades de mi propio overthinking. La verdad es que, si la reflexión profunda diera dinero, ya sería dueña de una isla privada. Pero no, solo da dolor de cabeza y ganas de mandar todo a la fregada.
El punto es que últimamente me la vivo en un interrogatorio interno. Mi cerebro ha decidido que, en lugar de planear la siguiente gran cosa, su trabajo es revisar, con lupa y cronómetro, cada maldita decisión que he tomado desde que tengo uso de razón. Y claro, el villano de la película es el famoso: “hubiera”.
Es que el “hubiera” no es una pregunta, es una declaración de guerra contra mi paz mental. Es como tener a una tía fastidiosa viviendo en mi cabeza, que no deja de recordarme lo mal que hice todo.
• “Gina, hubieras sacado la licencia de maestra en lugar de la de real estate. ¡Ahora no estarías trabajando con niños!”
• “Pero, Gina, si hubieras invertido en esas acciones en 2010… ¡tendrías para el retiro ahora mismo!”
• “¿En serio le dijiste SÍ a aquel morro? Si hubieras dicho NO, te habrías ahorrado ese drama de varios meses.”
Y lo peor es que esta voz es súper tramposa. Solo me muestra la versión idealizada y con filtro de Instagram de la otra opción. Nunca me enseña la parte difícil de ser maestra (las noches sin dormir por las entregas de calificaciones), o los meses de drama que esa otra persona también me habría dado, solo que con un nombre diferente.
Es una falacia de la perfección. Creemos que el camino no tomado era el bueno, el que nos garantizaba la felicidad y cero problemas. ¡Mentira! Solo nos habría dado un set de problemas totalmente distinto. Pero el chiste es que esa ilusión nos tiene atrapadas. Es como un laberinto mental del que, francamente, estoy hasta la madre.
Llega un momento en que uno dice: ¡Ya estuvo! Esta revisión constante del pasado es una pérdida de tiempo y energía que podría estar usando para hacer algo en el presente. Es una fatiga mental que me está drenando.
¿Por qué nos obsesionamos tanto con esto? Creo que, en el fondo, es una forma de escapar de la responsabilidad de hoy. Es más fácil culpar al “yo” del pasado por una “mala” decisión que aceptar que hoy tengo que trabajar duro para arreglar las cosas o para crear algo nuevo. Si todo lo arruinó mi “yo” de hace cinco años, entonces mi “yo” de hoy no tiene tanta presión, ¿verdad? ¡Falso!
Además, piénsenlo un segundo: estamos juzgando a una persona que ya no existe. Mi “yo” de 2018 tenía menos información, menos experiencia, y probablemente estaba lidiando con su propio caos interno. ¿Quién soy yo, con toda mi sabiduría actual (y mis ojeras), para criticarla tan duramente? Es totalmente injusto.
Necesitamos un cambio de chip. El “hubiera” tiene que dejar de ser un martillo que golpea nuestra autoestima para convertirse en un mapa de ruta para el futuro.
Si estoy arrepentida de no haber entendido lo que valgo hace unos años, la lección no es torturarme, sino ir a pedir que me valoren más. Si me arrepiento de haber dejado ir una amistad valiosa, la lección es cuidar las que tengo HOY.
El pasado ya es una pieza de museo. No podemos cambiarlo. Lo único que podemos hacer es ver la pieza, ver qué información nos da (qué patrones repetimos, qué miedos nos detuvieron) y usar ese feedback para construir mejor el presente.
No se trata de borrar el pasado, sino de dejar de vivir en él.
El presente, es el único lugar donde somos realmente poderosos. Es el único momento donde la decisión que tomamos (o que evitamos tomar) sí tiene un impacto real. Así que, menos lamentos y más acción. Dejemos de ser las detectives de nuestras propias historias y seamos las protagonistas que mueven la trama.
Yo, por mi parte, he decidido que cada vez que escuche ese horrible “hubiera”, lo voy a reemplazar con un: “AHORA voy a…” o un simple “¡Qué bueno que pasó, porque aprendí X cosa!”
¡A vivir, a equivocarse y a reírse de uno mismo! (Que para eso estamos, ¿o no?)
Nos vemos a la próxima…
The Hell of “What If” and Overthinking Fatigue
How are you all doing with your own mental dramas? Me, here, as always, submerged in the depths of my own overthinking. The truth is, if deep reflection paid well, I’d already own a private island. But no, it only gives me headaches and makes me want to tell everyone to go to hell.
Lately I’ve been living under constant internal interrogation. My brain has decided that, instead of planning the next big thing, its job is to scrutinize, with a magnifying glass and a stopwatch, every single decision I’ve made since I was old enough to understand. And of course, the villain of the piece is the famous “what if.”
The thing is, “what if” isn’t a question; it’s a declaration of war against my peace of mind. It’s like having an annoying aunt living in my head, constantly reminding me how badly I messed everything up.
• “Gina, you should have gotten your teaching license instead of your real estate license. You wouldn’t be working with kids now!”
• “But, Gina, if you had invested in those stocks in 2010… you’d have enough for retirement right now!”
• “Did you really say YES to that date? If you had said NO, you would have saved yourself months of drama.”
And the worst part is that this voice is incredibly deceptive. It only shows me the idealized, Instagram-filtered version of the other option. It never shows me the hard part of being a teacher (the sleepless nights dealing with report cards), or the months of drama that another person would have given me too, just with a different name.
It’s a fallacy of perfection. We believe that the path not taken was the right one, the one that guaranteed us happiness and zero problems. Lies! It would only have given us a completely different set of problems. But the point is that this illusion has us trapped. It’s like a mental labyrinth that, frankly, I’m fed up with. There comes a point when you say, “That’s it!” This constant dwelling on the past is a waste of time and energy that I could be using to do something in the present. It’s mental fatigue that’s draining me.
Why do we obsess so much over this? I think, deep down, it’s a way to escape the responsibility of today. It’s easier to blame the “me” of the past for a “bad” decision than to accept that today I have to work hard to fix things or to create something new. If my “me” from five years ago ruined everything, then my “me” today doesn’t have as much pressure, right? Wrong!
Besides, think about it for a second: we’re judging a person who no longer exists. My “me” from 2018 had less information, less experience, and was probably dealing with her own internal chaos. Who am I, with all my current wisdom (and my dark circles), to criticize her so harshly? It’s totally unfair.
We need a change of mindset. The “what if” has to stop being a hammer that batters our self-esteem and become a roadmap for the future.
If I regret not understanding my worth a few years ago, the lesson isn’t to torture myself, but to ask others to value me more. If I regret letting go of a valuable friendship, the lesson is to cherish the ones I have TODAY.
The past is already a museum piece. We can’t change it. The only thing we can do is look at the piece, see what information it gives us (what patterns we repeat, what fears held us back), and use that feedback to build a better present.
It’s not about erasing the past, but about ceasing to live in it.
The present is the only place where we are truly powerful. It’s the only moment where the decision we make (or avoid making) has a real impact. So, less regret and more action. Let’s stop being the detectives of our own stories and become the protagonists who drive the plot. For my part, I’ve decided that every time I hear that awful “what if,” I’m going to replace it with: “NOW I’m going to…” or a simple “It’s great that happened, because I learned X!”
Let’s live, let’s make mistakes, and let’s laugh at ourselves! (That’s what we’re here for, right?)
Hay frases que llegan cuando menos las esperas. No en un libro, no en una conferencia, sino escritas en unos pequeños post-its, pegados en la pared de un salón de uñas.
Esa mañana solo quería un respiro, un rato para desconectarme del trabajo, para dejar que alguien más se encargara de mis manos por un momento. Pero mientras esperaba que Kimmy terminara la última capa de esmalte y yo casi me quedaba dormida, decidí leer lo que estaba en la pared. Mis ojos se toparon con esas dos frases:
“We can’t have a foundation built on a lie.” “If you don’t find a way to make money while you sleep, you will work till you die.”
Y me quedé ahí, en silencio, leyendo, como si el universo me hubiera puesto un espejo justo frente a mí.
La verdad como base
La primera frase me golpeó fuerte: no se puede construir una base sobre una mentira. Y pensé en cuántas veces tratamos de hacerlo. En las relaciones, en los negocios, incluso con nosotras mismas. Nos convencemos de que todo está bien, de que podemos sostener una estructura tambaleante si solo seguimos sonriendo o trabajando más duro. Pero la verdad, por más que intentemos esconderla, siempre encuentra la forma de salir a la luz.
Me di cuenta de que muchas de mis decisiones más difíciles en la vida han tenido que ver con eso: con atreverme a ser honesta, aunque doliera. Aceptar que ciertas asociaciones, amistades o proyectos simplemente no tenían un fundamento real. Que no podía seguir construyendo sobre ilusiones o promesas vacías.
En lo personal, me recordó que la paz no viene de lo que mostramos, sino de lo que somos cuando nadie nos ve. Y en lo profesional, me reafirmó algo que he aprendido con los años: que ningún negocio puede prosperar a largo plazo si no está cimentado en la verdad, en la transparencia y en la integridad.
Dinero, tiempo y libertad
La segunda frase también me dejó pensando: “If you don’t find a way to make money while you sleep, you will work till you die.” Y no lo leí desde la ambición, sino desde la libertad. Porque no se trata solo de dinero, sino de construir algo que tenga valor incluso cuando tú no estás ahí empujando cada detalle. De crear sistemas, equipos, ideas y proyectos que puedan caminar por sí mismos.
Me hizo pensar en mi propio camino —en todas las veces que he trabajado de sol a sol, persiguiendo metas, cerrando acuerdos, cuidando cada aspecto de mis proyectos— y en lo mucho que cuesta soltar el control. Pero también en la importancia de aprender a confiar: en el proceso, en las personas que te rodean y, sobre todo, en ti misma.
Aprender a generar valor sin desgastarte por completo es un arte. Y ese arte empieza cuando entiendes que tu tiempo y tu energía son tus recursos más valiosos.
Salí del salón con las uñas perfectas, (con un color vino tinto muy ad hoc para el otoño) y la mente llena de pensamientos. A veces creemos que las grandes lecciones llegan en momentos solemnes, pero no: a veces aparecen en un pedazo de papel pegado con cinta, mientras el secador de uñas hace su trabajo.
Esas dos frases me recordaron que la verdad es el cimiento de todo lo que vale la pena —y que la libertad no se mide en horas trabajadas, sino en la capacidad de descansar sabiendo que lo que has construido puede sostenerse solo.
Quizás no podamos controlar todo, pero sí podemos elegir desde dónde construimos. Y yo, desde este día, decido seguir edificando mi vida —personal y profesional— sobre algo tan simple y tan poderoso como la verdad.
Porque una base sólida no se hace de apariencias ni de promesas, sino de autenticidad, propósito y amor por lo que hacemos. Y si a eso le sumamos la inteligencia de crear con visión… entonces sí, podemos descansar tranquilos, sabiendo que incluso mientras dormimos, nuestro trabajo sigue dando fruto.
NOS VEMOS A LA PROXIMA.
Casual Wisdom
There are phrases that arrive when you least expect them. Not in a book, not at a conference, but written on small Post-its, stuck on the wall of a nail salon.
That morning I just wanted a break, a moment to disconnect from work, to let someone else take care of my hands for a moment. But while I was waiting for Kimmy to finish the last coat of polish and I was almost dozing, I decided to read what was on the wall. My eyes fell upon those two phrases:
“We can’t have a foundation built on a lie.” “If you don’t find a way to make money while you sleep, you will work till you die.”
And I stood there, silently reading, as if the universe had placed a mirror right in front of me.
Truth as a Foundation
The first phrase hit me hard: you can’t build a foundation on a lie. And I thought about how many times we try to do that. In relationships, in business, even with ourselves. We convince ourselves that everything is fine, that we can sustain a shaky structure if we just keep smiling or work harder. But the truth, no matter how hard we try to hide it, always finds a way to come out.
I realized that many of my most difficult decisions in life have had to do with that: daring to be honest, even if it hurt. Accepting that certain partnerships, friendships, or projects simply didn’t have a real foundation. That I couldn’t continue building on illusions or empty promises.
Personally, it reminded me that peace doesn’t come from what we show, but from who we are when no one is watching. And professionally, it reaffirmed something I’ve learned over the years: that no business can prosper long-term if it’s not founded on truth, transparency, and integrity.
Money, Time, and Freedom
The second sentence also left me thinking: “If you don’t find a way to make money while you sleep, you will work till you die.” And I didn’t read it from a place of ambition, but from a place of freedom. Because it’s not just about money, but about building something that has value even when you’re not there pushing every detail. About creating systems, teams, ideas, and projects that can move forward on their own.
It made me think about my own path—about all the times I’ve worked from dawn to dusk, pursuing goals, closing deals, taking care of every aspect of my projects—and how hard it is to let go of control. But also about the importance of learning to trust: in the process, in the people around you, and, above all, in yourself.
Learning to generate value without completely exhausting yourself is an art. And that art begins when you understand that your time and energy are your most valuable resources.
I left the salon with perfect nails (a dark burgundy color very appropriate for fall) and my mind full of thoughts. Sometimes we think great lessons come in solemn moments, but no: sometimes they appear on a piece of paper taped up while the nail dryer does its work.
Those two phrases reminded me that truth is the foundation of everything worthwhile—and that freedom isn’t measured in hours worked, but in the ability to rest knowing that what you’ve built can stand on its own.
We may not be able to control everything, but we can choose where we build from. And I, from this day forward, choose to continue building my life—personal and professional—on something as simple and as powerful as truth.
Because a solid foundation isn’t made of appearances or promises, but of authenticity, purpose, and love for what we do. And if we add to that the intelligence to create with vision… then yes, we can rest easy, knowing that even while we sleep, our work continues to bear fruit.
La Trailita: Cuando el Asfalto se Vuelve Hogar (Temporal)
Estuvimos La Revista Binacional (Rafael García y yo) en el evento “Viva La Vida”, la gala donde Lifeline Community Services reúne a toda la gente de San Diego que los apoya y respalda. La Revista Binacional fue orgullosamente patrocinador de medios. Mi amiga Lisette Islas, la CEO de dicha fundación, fue la anfitriona perfecta en un lugar colorido, aromático y lleno de amor.
Enrique Meza, de US Bank, quien fue el patrocinador principal del evento (y amigo mío), nos contó una historia de esas que te recuerdan que la vida no es un comercial de televisión. Su cuento sobre La Trailita—esa casa rodante o remolque—y cómo su familia la usó como un punto de rescate para los parientes en apuros, es oro puro.
No estamos hablando de un acto de caridad del gobierno, ¡sino de una logística familiar de supervivencia! Es que escuchen esto: el tío que se divorcia, el primo que pierde la chamba, la prima que recién llega de otro país… ¿Qué hace la familia Meza? ¡Les asigna un turno en La Trailita! No es un Hilton, pero es un techo. Es una forma de decir: “Estás caído, pero no te vas a quedar en la calle. Aquí te paras, te sacudes y vuelves a empezar, pero bajo nuestra supervisión constante”.
Comparó esa “trailita” con lo que llamanos “lifeline” (esa ayuda vital para no morir) y lo ató al tema de la fundación en dicho evento.
Eso me recordó La Gran Pregunta que siempre me hago: ¿Por Qué Hay Menos Homeless en países Latinos si comparamos con Estados Unidos?
Y es que, al escuchar esta historia, se me prendió el foco y dije: ¡Ahí está la respuesta! ¿Por qué en nuestros países, a pesar de las crisis, los gobiernos ineptos y la escasez, no vemos ese ejército de personas viviendo en las banquetas como en el “primer mundo”? Porque aquí, la familia es el último bastión de la seguridad social.
Mientras que en USA son súper cool y valoran la “independencia” a los 18, lo que en realidad hacen es dejar a su gente sola. La palabra “independencia” nos da escalofríos, en especial a los padres de familia con hijos mayores de 18. En lo personal, mis hijos saben que aquí conmigo tienen su casa SIEMPRE. Si las cosas no les salen bien, que regresen. Si pierden dinero, que regresen. Si tienen que volver a empezar y necesitan ahorrar dinero, que regresen. Mientras tenga vida y techo, ellos tienen siempre esa ‘trailita’.
La Póliza de Seguro Llamada “Mi Familia”
En Latinoamérica, la familia funciona como una póliza de seguro obligatoria que nadie firmó, pero todos acatamos. A cambio de que te critiquen tu corte de pelo, te pregunten por tu vida sentimental y te digan que deberías buscarte un trabajo “de verdad”, tienes una red de contención que es casi infalible:
* El Sillón Cama: Siempre hay un sofá, un colchón inflable o un cuartito en la azotea disponible. Si te va mal, alguien te va a dar un rincón.
* La Olla Mágica: Nadie se muere de hambre. Las mamás y las abuelas siempre cocinan para un regimiento. Siempre hay un plato extra, aunque tengas que aguantar la sopa de fideo por tres semanas.
* La Chismografía de Recuperación: Te van a chusmear hasta que consigas trabajo. La presión social es un motor (molesto, pero efectivo) para que te eches “pa’lante”. No es un sistema perfecto, claro. Es invasivo, ruidoso y lleno de drama, ¡pero funciona! La dignidad de no dormir en la calle vale la pena aguantar a la tía criticona.
La Trailita Como Símbolo
La Trailita de la familia Meza es un símbolo glorioso de lo que significa ser latino: usar el ingenio, la poca infraestructura que tenemos, y la obligación moral de no dejar que la sangre se quede en el asfalto. Enrique Meza, con su trabajo promoviendo la inclusión financiera, entendió perfectamente que el primer paso para la inclusión, muchas veces, no viene de un banco, sino de un remolque viejo y de un par de manos dispuestas a ayudar.
Así que, ¡un aplauso por esas familias que tienen su propia Trailita de emergencia! Y a ti, ¿cuál ha sido el rincón temporal donde te has refugiado mientras te pones de pie? ¡Atrévete a contarlo!
(Enrique, gracias por ser mi inspiración esta semana.)
NOS VEMOS A LA PROXIMA.
La Trailita (THE LITTLE TRAILER): When the Asphalt Becomes Home (Temporary)
La Revista Binacional (Rafael García and I) were at the “Viva La Vida” event, the gala where Lifeline Community Services brings together all the people of San Diego who support and back them. La Revista Binacional was a proud media sponsor for the event. My friend Lisette Islas, the CEO of the foundation, was the perfect host in a colorful, aromatic, and loving place.
Enrique Meza, from US Bank, who was the main sponsor of the event (and a friend of mine), told us one of those stories that reminds you that life isn’t a TV commercial. His story about La Trailita—that camper or trailer—and how his family used it as a rescue point for relatives in need, is pure gold.
We’re not talking about an act of government charity, but about family logistics for survival! Listen to this: the uncle who’s getting divorced, the cousin who loses his job, the cousin who just arrived from another country… What does the Meza family do? He assigns them a shift at La Trailita! It’s not a Hilton, but it’s a roof. It’s a way of saying, “You’re down, but you’re not going to be homeless. Here you get up, shake yourself off, and start again, but under our constant supervision.”
He compared that “trailita” to what we call a “lifeline” (that vital aid to avoid dying) and linked it to the foundation’s theme at the event.
That reminded me of The Big Question I always ask myself: Why Are There Fewer Homeless People in Latin American countries compared to the United States?
And when I heard this story, I had my ‘aha’ moment: There’s the answer! Why is it that in our countries, despite crises, inept governments, and shortages, we don’t see that army of people living on the sidewalks like in the “first world”? Because in Latinos, the family is the last bastion of social security.
While in the US, they’re super cool and value “independence” at 18, what they’re really doing is leaving their people alone. The word “independence” sends shivers down our spines, especially to parents with children over 18. Personally, my children know that they have their home here with me, ALWAYS. If things don’t do well, they can come back. If they lose money, they can come back. If they have to start over and need to save money, they can come back. As long as I have a life and a roof over my head, they will always have that little trailer.
The Insurance Policy Called “My Family”
In Latin America, the family functions as a mandatory insurance policy that no one signed, but we all abide by. In exchange for people criticizing your haircut, asking you about your love life, and telling you you should get a “real” job, you have a safety net that’s almost foolproof:
The Sofa Bed: There’s always a couch, an air mattress, or a little room on the roof available. If things go wrong, someone will give you a spot.
The Magic Pot: No one starves. Moms and grandmas always cook for a regiment. There’s always an extra plate, even if you have to endure noodle soup for three weeks.
The Recovery Gossip: They’ll gossip about you until you get a job. Peer pressure is an (annoying, but effective) driver to get you to “go ahead.” It’s not a perfect system, of course. It’s invasive, noisy, and full of drama, but it works! The dignity of not sleeping on the streets is worth putting up with the criticizing aunt.
The Trailita as a Symbol
The Meza family’s Trailita is a glorious symbol of what it means to be Latino: using ingenuity, the limited infrastructure we have, and the moral obligation to not let blood remain on the asphalt. Enrique Meza, with his work promoting financial inclusion, perfectly understood that the first step toward inclusion often comes not from a bank, but from an old trailer and a pair of hands willing to help. A simple lifeline.
So, a round of applause for those families who have their own emergency Trailita! And for you, what has been the temporary corner where you’ve taken refuge while you get back on your feet? Dare to tell us!
(Enrique, thank you for being my inspiration this week.)
Hay quienes dicen que fumar un puro cubano es un lujo, una experiencia que requiere calma, paciencia y cierto nivel de sofisticación.
Yo digo que ser emprendedora es lo mismo, pero sin la calma y con mucho menos glamour. Porque si alguien me hubiera explicado que prender un negocio se parecía tanto a prender un puro, tal vez me hubiera comprado un encendedor más grande antes de empezar.
Para empezar, está el ritual de encenderlo. Un puro no se prende de golpe como un cerillo en la oscuridad. Hay que girarlo, cuidarlo, darle espacio para que el fuego agarre parejito.
Igual que cuando uno inicia un negocio: la idea brilla en tu cabeza, pero si no le das aire, tiempo y dedicación, se te apaga en la primera semana y lo único que queda es un olor raro a fracaso.
Después llega el primer jalón. Con el puro, ese momento inicial es engañoso: parece suave, pero en realidad puede darte un golpe inesperado en la garganta. Así pasa cuando arrancas un proyecto: el entusiasmo te hace pensar que todo será ligero y fácil, hasta que descubres trámites, permisos, clientes indecisos y proveedores que desaparecen misteriosamente cuando más los necesitas. Y ahí estás, tosiendo, preguntándote si valía la pena.
Pero claro, la clave está en la paciencia. Un puro cubano no se fuma en cinco minutos. No es cigarro de esquina, es experiencia lenta. Igual que emprender: si quieres resultados inmediatos, mejor vete por unas papitas. Los negocios toman tiempo, energía y, sobre todo, la capacidad de aguantar sin desesperarte cuando parece que nada avanza. Porque si lo fuerzas, se quema mal. Si lo dejas descuidado, se apaga. Lo mismo pasa con tu empresa.
Y no olvidemos lo caro del puro. Todo el mundo sabe que no es barato. Igual que ser emprendedora: inviertes en un logo, en una oficina, en mil cosas que la gente a tu alrededor te dice que “no son necesarias”. Ellos no entienden que detrás de ese gasto hay una apuesta, un sueño, y un poquito de locura. A veces te ven como si hubieras gastado tu sueldo en humo… y pues sí, pero un humo que te hace feliz.
Luego está el ambiente social. Con un puro cubano en la mano, la gente asume que sabes de la vida, que tienes historias interesantes, que perteneces a un club exclusivo. O que te crees la María Félix.
Con un negocio, la gente también asume cosas: que eres tu propio jefe (mentira, tus clientes son tus jefes), que no tienes horarios (mentira, trabajas 24/7), y que ya eres millonaria (mentira, a veces ni para el café y vieran mis calzones).
Lo mejor de todo, sin duda, es la satisfacción final. Terminar un puro cubano es quedarte con el sabor de algo fuerte, con carácter, que requirió tu tiempo y atención. Terminar una etapa en tu negocio, aunque sea chiquita, te deja la misma sensación: que valió la pena, que cada jalón tuvo su propósito, y que sobreviviste al humo, a la tos y al gasto.
Al final del día, ser emprendedora es como fumar un puro cubano: difícil de conseguir, complicado de mantener, pero delicioso de vivir. Eso sí, con la diferencia de que cuando el puro se apaga, ya no hay vuelta atrás. En cambio, cuando tu negocio se tambalea, siempre puedes darle otra chispa, otro intento, y volver a encenderlo.
Y créeme, aunque ambos procesos cuestan lágrimas (y a veces maquillaje corrido), la satisfacción de saborearlo hasta el final… vale la pena.
El fin de semana pasado hice un viaje a Mexicali. Como siempre, manejar por esas carreteras a solas me da tiempo para pensar, y normalmente pongo música para que el trayecto se me haga más corto. Pero esta vez decidí probar algo distinto: escuché un podcast. Encontré “Unsolved Mysteries” y me dejé llevar por la curiosidad. Lo que no sabía es que iba a terminar el camino pensando en lo frágil que es la confianza humana.
El primer episodio que me salió fue el del famoso caso de Chicago, a principios de los años 80, cuando un asesino envenenó con cianuro varias botellas de Tylenol. Personas inocentes, que solo buscaban un remedio para el dolor de cabeza o la fiebre, murieron sin imaginar que en esas cápsulas se escondía la muerte. Fue un crimen tan inesperado y absurdo que marcó la historia de la seguridad en productos de consumo. Nadie se lo esperaba, porque ¿quién podría imaginar que alguien, con tanta frialdad, manipularía un medicamento para hacerle daño a desconocidos?
Conforme escuchaba, me invadió un sentimiento extraño. Por un lado, me atrapaba la narrativa del misterio: nunca atraparon al culpable, nunca supieron con claridad quién se atrevió a cruzar esa línea de humanidad. Por otro lado, me llenaba de inquietud pensar que, en el fondo, confiamos a ciegas en tantas cosas todos los días. Compramos medicinas, alimentos, bebidas… y damos por hecho que alguien hizo bien su trabajo, que el mundo está en orden y que no habrá sorpresas mortales en algo tan rutinario.
Esa confianza invisible es lo que sostiene gran parte de nuestra vida. Sin darnos cuenta, caminamos por el mundo depositando fe en los demás: en que el piloto del avión sabe lo que hace, en que el cocinero de un restaurante lavó bien los ingredientes, en que el vecino no tiene malas intenciones, en que un desconocido no envenenó una pastilla. Y, sin embargo, cuando escuchas un caso como el del Tylenol, todo se tambalea. Te das cuenta de lo fácil que es quebrar esa seguridad, de lo vulnerable que somos.
Mientras avanzaba por la carretera rumbo a Mexicali, pensaba en lo doloroso que debió ser para las familias de las víctimas. Personas que jamás imaginaron que lo último que harían en su vida sería tomar un simple analgésico. Pensaba también en la perversidad que hay detrás de una mente capaz de planear algo así. No se trató de un crimen pasional ni de un arranque impulsivo: fue un acto calculado, frío, sin rostro, dirigido contra la humanidad entera. Porque cualquiera pudo haber sido la víctima. Ese detalle es el que más estremece: la aleatoriedad.
Y aquí es donde surge la pregunta más incómoda: ¿hasta qué punto podemos confiar en la humanidad? Queremos creer que el bien pesa más que el mal, que la mayoría de las personas son nobles y buscan vivir en paz. Y sí, probablemente así sea. Pero bastan unos cuantos actos oscuros para sembrar la desconfianza en millones. Desde aquel caso, el mundo de los medicamentos cambió para siempre: sellos de seguridad, empaques inviolables, campañas de prevención. Fue necesario blindar la confianza porque alguien decidió traicionarla.
Mi viaje terminó, llegué a Mexicali, comí delicioso y disfruté a mi familia. Pero en el fondo me quedé con esa sensación inquietante: vivimos en una especie de pacto silencioso de confianza mutua, y cuando alguien lo rompe, nos damos cuenta de lo frágil que es todo. Quizás esa es la verdadera lección de aquel crimen sin resolver: que la humanidad camina sobre hilos invisibles de fe, y que basta una tijera en manos equivocadas para recordarnos lo vulnerables que somos.
A ver, hablemos de la paradoja. Esa cosa que parece un trabalenguas mental pero que en realidad está en todos lados, aunque no la busques. Una paradoja es cuando algo suena verdadero y falso al mismo tiempo, y tu cerebro dice: “¡Espérate! ¿Qué?”.
Por ejemplo, el clásico: “Menos es más”. Si me lo dices de entrada, me río. ¿Cómo que menos es más? Pero luego lo piensas… y sí. A veces, con menos cosas, menos ruido, menos gente que no aporta, tienes más paz, más claridad y más espacio para lo que importa.
La paradoja es ese espejo que te obliga a pensar más allá de lo obvio. Es cuando te crees Sócrates y dices “yo solo sé que no sé nada” y no es que seas un ignorante, es que eres consciente de que el conocimiento es infinito.
Lo bonito de las paradojas es que no son para resolver, son para sentarse con ellas y dejar que te revuelvan las ideas. Nos recuerdan que el mundo no es blanco o negro, que hay grises, matices y hasta colores que no vemos.
Y también hay paradojas personales. Como esas veces en que para encontrarte, primero tienes que perderte. O cuando para avanzar, tienes que detenerte.
Las 20 paradojas mas comunes en nuestro día a día son las siguientes:
PARADOJA DEL CRECIMIENTO: El crecimiento tarda pero sucede de volada.
PARADOJA DE LA PRESUASION: Las personas más persuasivas son las que solo escuchan y no dicen nada.
PARADOJA DEL ESFUERZO: Le pones todo el esfuerzo a algo para que parezca que es muy fácil.
PARADOJA DE LA SABIDURIA: Entre mas sabemos, menos sabemos, diría Einstein.
PARADOJA DE LA PRODUCTIVIDAD: Trabaja más y haces menos (Cuidemos la calidad vs cantidad)
PARADOJA DE LA VELOCIDAD: Tienes que bajarle a la velocidad para ir mas recio. Al detenernos tomamos aire y de la misma manera mejores decisiones
PARADOJA DEL DINERO: Tienes que perder dinero para ganar dinero. (Yeiii, voy a ganar muuucho entonces, jeje)
PARADOJA DE LAS NOTICIAS: Entre mas noticias leas, menor es lo informado que estás.
PARADOJA DE ICARO: Icaro, en la mitología griega, tenía alas y volaba alto. Un día voló muy cerca del sol, se quemaron sus alas y cayó a su muerte. (Lo que te hizo exitoso tambien te puede llevar a tu caída)
PARADOJA DEL FRACASO: Tienes que fracasar para tener más logros. (No siempre, pienso yo)
PARADOJA DE ENCOGERSE: Para crecer hay que hacerse menos. (No me gusta esto)
PARADOJA DE TONY ROBBINS: Cuando inviertes, el admitir que no tienes ventaja competitiva es la mejor ventaja competitiva
PARADOJA DE LA MUERTE: Conoce que hay muerte para disfrutar la vida.
PARADOJA DE DECIR NO: Menos proyectos para hacer mas.
PARADOJA DEL HABLA: Epictetus dijo “Tenemos dos orejas y una boca. Hay que escuchar el doble de lo que decimos”. O sea “a callar se ha dicho”
PARADOJA DE LA AMISTAD: Amigo de todos es amigo de nadie. Yo, humildemente digo “no puedes ser pitcher y catcher al mismo tiempo”
PARADOJA DE LA BUSQUEDA: Cuando estes buscando algo, detente un rato para poderlo encontrar.
PARADOJA DEL CONTROL: Mas controlador, menos control.
PARADOJA DEL CAMBIO CONSTANTE: El día que dejemos de cambiar hemos llegado al fin, decía Benjamin Franklin. Asi que a seguir cambiando, evolucionando, mejorando. 🙂
PARADOJA DEL MIEDO: Lo que mas miedo nos de hacer es precisamente lo que tenemos que hacer. “El éxito está al otro lado del miedo”.
Así que la próxima vez que te encuentres con una frase que parece pelear consigo misma, no la deseches. Abrázala. Porque en esas contradicciones disfrazadas, a veces, está la verdad más grande.
A veces me sorprendo. Estoy en mi casa, con una taza de café (no tan caliente como debería porque ya me distraje con otra cosa), viendo el celular, y ahí voy otra vez: “¿Y si subo una foto de esto?” ¿Una foto de qué? ¡De nada! De la taza. De mi cara. De mi pie asomado en la cobija. De que está lloviendo. De que no está lloviendo. De un “quote cringe” que nadie lee.
Y entonces me da la duda existencial:
¿Será que quiero presumir?
¿O será que estoy necesitando sentir que me acompañan al otro lado de la pantalla?
Porque yo no soy de las que suben cosas para dar envidia (bueno, tal vez un poquito cuando me como algo muy rico, o cuando el filtro me favorece mágicamente). Pero en serio, la mayoría del tiempo lo que quiero es… ¿qué? ¿Que me vean? ¿Que me digan algo? ¿Que me lean? ¿Que me manden un emoji de fueguito o un “jajajajaja me hiciste el día”?
Tal vez sí.
Tal vez es eso. Tal vez no es nada.
Tal vez no quiero presumir que estoy en tal lugar, ni que me salió bonita la foto (aunque si salió bonita, pues tampoco es mi culpa, benditos filtros), ni que tengo la vida resuelta, porque spoiler: no la tengo. A lo mejor lo que quiero es que me digas “yo también” o “qué rico” o simplemente “¡salud!”. Que alguien del otro lado del teléfono vea mi historia y piense: “ay, cómo me cae bien la Gina”.
Porque cuando subo algo no siento que grito “¡véanme!”, sino más bien “¡distráiganme de mi estrés!”. Es como lanzar un papelito por la ventana con una nota que dice “¿Hay alguien ahí?”. Y cuando me llega un mensaje, un corazón, o hasta ese simple 👍🏻 siento que sí, que no estoy tan mal, que tengo mi tribu digital, mis testigos de vida, mis cómplices virtuales.
Y ojo, no estoy triste. Estoy conectada. Aunque a veces, la verdad, sí estoy medio tristona, y también por eso subo cosas. No voy a negarlo. Como quien se ríe para no llorar. Pero a veces también me siento tan feliz que si no lo cuento, exploto. Así que lo comparto, no por presumir, sino porque esa felicidad pide eco.
¿Y sabes qué? Creo que está bien.
Si tú eres de los que publican cada desayuno, tu cara sin filtro (valiente), o cada vez que el sol se asoma por tu ventana, hazlo. Nadie sabe si lo haces para presumir, o si simplemente te estás regalando compañía. Y eso, en estos tiempos tan desconectados aunque todo el mundo esté en línea, vale oro.
Así que sí, seguiré subiendo cosas. Fotos, frases, pensamientos raros. No para mostrar que tengo una vida perfecta (spoiler dos: no la tengo), sino para recordarme que no estoy sola, que hay gente que me quiere… aunque sea con un like.
Y si algún día subo una foto de algo inesperado, no pregunten. Denle corazón. Es probable que solo necesite un “aquí estoy”.