Les comparto un pensamiento muy mío, muy personal.
Cuando llegué de El Paso a San Diego hace un poco mas de 5 años, me sentía como cuando alguien ha corrido una carrera de velocidad muy larga. Había llegado a la meta que me había propuesto algunos años antes.
Fue una carrera larga, con dudas y arrepentimientos, pero jamás quité los ojos de la meta final.
Nunca la vi como meta, sino como algo natural que seguía en mi vida. Pero inconscientemente, vivir en San Diego era una meta que yo siempre quise alcanzar, desde joven y desde soltera.
Me sentí así sin aire, cansada como cualquier atleta que hasta se desmaya al llegar a la meta final (por eso hay ambulancias esperando a los que corren).
Ya que pasaron unas semanas y recuperé “el aire” y se me quitó ese dolor en toda el alma, lo único que sentía era que era un personaje de FINDING NEMO, cuando llegan al mar por fin… pero en bolsas de plástico. (Si no la has visto, esto es un “spoiler”).
Los personajes escapan de una pecera. Lo hacen estando en bolsas de plástico y lo logran. Llegan a la meta, pero siguen en una bolsa de plástico.

¿Y ahora qué?
Sí, había llegado a la meta.
Sí, había cumplido a la perfección cada paso que di para llegar. (No fue decisión alocada. Fue decisión planeada y acordada con todos en mi familia inmediata).
Durante los primeros meses y los primeros dos años yo pensaba que no la iba a hacer. No solo era aprender a estirar el dinero para que me alcanzara un presupuesto texano en un gasto californiano.
No solo fue dejar a la gente de El Paso/CD. Juárez (que fueron y siguen siendo de mis personas favoritas).
Era luchar a diario, después de llevar a los hijos a sus escuelas, por arreglarme y salir; por no regresar a tirarme a mi cama a esperar que fueran las 3 para ir por ellos y seguir como si nada.
Me sentía literalmente en esa bolsa de plástico, aunque todo mi entorno era lo que yo siempre quise.
Nunca dejé de escribir, ni publicar cosas en mis redes sociales. (Aunque la gente me critica el que subo muchas cosas y pongo todo, tengo que aceptar que esas mismas redes sociales fueron muchos días lo único que me tranquilizaba… quizá porque yo tenía el control de ellas).
Mi vida cambió cuando decidí socializar. Llegaron unos amigos que en su momento me salvaron tal vez de una depresión.
Después de varios meses con mi licencia de bienes raíces en California por fin vendí casas y eso me recordó mis capacidades profesionales.
Mi día a día no me dejó caer en una depresión profunda. Nadie lo notaba. Solo criticaban que subí de peso (los médicos por fin le atinaron que fue un exceso de stress por un desbalance hormonal horrible y eso para una persona ex – bulímica puede ser lo peor).
Pero todavía me sentía que flotaba en esa bolsa de plástico por todo San Diego.
Hasta que después de la pandemia, en el 2022, algo cambió en mí.
Me permití decir NO a muchas cosas.
Comencé a ponerle mas atención a LA GINA DEWAR, porque siempre se me olvida cuidarla.
Llegó, sin buscarlo, sin pedirlo y sin imaginarlo, un nuevo proyecto a mi vida: LA REVISTA BINACIONAL.
Llegó a revolucionar mi inquietud profesional. Vino atado con algunos sacrificios pero que al final no pasaron a mayores.
Vino a reventar esa bolsa de plástico en la que estaba.
Después de varias semanas que tengo en esto, entiendo porque me siento tan motivada.
Tengo por fin una META IMPORTANTE.
Por fin tengo algo que sacar adelante.
Por fin vuelvo a tener un proyecto que debe darse porque de él dependen muchas personas.
Por fin tengo algo que es mío y de un grupo de personas que vibramos en la misma sintonía, capacidad y nivel intelectual.
Por fin entendí que la bolsa que me atrapaba era simplemente la falta de una meta que valiera la pena.
Ahora sí me levanto tempranito y llego a la oficina del downtown de San Diego antes de las 7am.
Ahora sí avanzo porque me rodea gente que me enseña a dar lo mejor de mí. Me enseña a solucionar el problema y no a evadirlo.
Ahora sí tengo un sueño que jamás tuve pero ahora que llegó pienso hacerlo realidad en todos sus niveles.
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NOS VEMOS EL PROXIMO MIERCOLES 😊