2. Por La Revista Binacional, porque me recuerda todos los sentimientos que un humano puede tener, a veces todos al mismo tiempo, el mismo día. A todo el equipo, gracias.
3. Por las videollamadas, la mejor herencia del COVID.
4. Por mis tenis favoritos, que combinan con todo… menos con lo que ya traigo puesto. Pero estaban casi regalados mis Hoka morados.
5. Por los correos que redacto en mi cabeza, pero nunca mando (y la verdad estaban buenos).
6. Por las juntas que pudieron ser un mensaje, pero para hacernos sentir mas importantes las hicimos en persona.
7. Por mi celular, que siempre cae de panza al piso como si fuera apuesta, (bueno, mas bien, doy gracias por el protector que le compré que me lo cuida super bien)
8. Por el GPS, que me manda por “la ruta más rápida”, donde nomás voy yo.
9. Por mis pestañas que todavía no se me caen, aunque llore, tenga alergia, me despinte con aceite del mas chafa. Ya no son las de cuando tenía 20 pero todavía tengo.
10. Por la gente que dice “nomás una pregunta”, y terminamos sentados platicando.
11. Por las noches que juro dormirme temprano, y termino dándole vuelta a TikTok hasta que sale una gringa que dice en su video “You have been scrolling for hours”.
12. Por los días que despierto sin alarma, pero el cerebro insiste en las 6 am.
13. Por mi cama, que es mi base, mi refugio, mi lugar seguro.
14. Por mi Kiara, mi Yorkie preciosa, la reina de mi casa, que sabe cuándo necesito de su amor.
15. Por los mensajes de “¿sigue interesada?”, cuando nunca pedí nada, pero bueno.
16. Por los que me piden seguirme en redes sociales y en cuanto los acepto me mandan por mensaje privado “Te ayudo a bajar 15 kilos”. Dios los bendiga, jajaja.
17. Por mi calendario que está lleno de cosas que hacer. Así no estoy sin hacer nada ni pensando cosas negativas.
18. Por el DJ de Spotify que me quiere mucho y me pone música muy padre.
21. Por los cuadernos que compro con toda la emoción, y siguen nuevecitos porque nunca los uso.
22. Por mis amigos, que siempre saben cuándo necesito un vinito VIP.
23. Por los días en que me levanto feliz. No he encontrado la fórmula de hacerlo adiario pero creo que tiene que ver con la luna.
24. Por mis hijos, que regresaron a mi casa este año pero se que pronto van a volver a irse. Los disfruto, los amo y me llenan de vida. Por toda mi familia, desde mi mamá, hermana, sobrinos, primos, tíos. Ustedes me inspiran, mueven, y hacen ser la mejor versión de mi.
25. Por mí misma, porque sigo dándole, riéndome, sobreviviendo, avanzando y ESCRIBIENDO.
GRACIAS. GRACIAS. GRACIAS. A todos por leerme. NOS VEMOS A LA PROXIMA.
La Trailita: Cuando el Asfalto se Vuelve Hogar (Temporal)
Estuvimos La Revista Binacional (Rafael García y yo) en el evento “Viva La Vida”, la gala donde Lifeline Community Services reúne a toda la gente de San Diego que los apoya y respalda. La Revista Binacional fue orgullosamente patrocinador de medios. Mi amiga Lisette Islas, la CEO de dicha fundación, fue la anfitriona perfecta en un lugar colorido, aromático y lleno de amor.
Enrique Meza, de US Bank, quien fue el patrocinador principal del evento (y amigo mío), nos contó una historia de esas que te recuerdan que la vida no es un comercial de televisión. Su cuento sobre La Trailita—esa casa rodante o remolque—y cómo su familia la usó como un punto de rescate para los parientes en apuros, es oro puro.
No estamos hablando de un acto de caridad del gobierno, ¡sino de una logística familiar de supervivencia! Es que escuchen esto: el tío que se divorcia, el primo que pierde la chamba, la prima que recién llega de otro país… ¿Qué hace la familia Meza? ¡Les asigna un turno en La Trailita! No es un Hilton, pero es un techo. Es una forma de decir: “Estás caído, pero no te vas a quedar en la calle. Aquí te paras, te sacudes y vuelves a empezar, pero bajo nuestra supervisión constante”.
Comparó esa “trailita” con lo que llamanos “lifeline” (esa ayuda vital para no morir) y lo ató al tema de la fundación en dicho evento.
Eso me recordó La Gran Pregunta que siempre me hago: ¿Por Qué Hay Menos Homeless en países Latinos si comparamos con Estados Unidos?
Y es que, al escuchar esta historia, se me prendió el foco y dije: ¡Ahí está la respuesta! ¿Por qué en nuestros países, a pesar de las crisis, los gobiernos ineptos y la escasez, no vemos ese ejército de personas viviendo en las banquetas como en el “primer mundo”? Porque aquí, la familia es el último bastión de la seguridad social.
Mientras que en USA son súper cool y valoran la “independencia” a los 18, lo que en realidad hacen es dejar a su gente sola. La palabra “independencia” nos da escalofríos, en especial a los padres de familia con hijos mayores de 18. En lo personal, mis hijos saben que aquí conmigo tienen su casa SIEMPRE. Si las cosas no les salen bien, que regresen. Si pierden dinero, que regresen. Si tienen que volver a empezar y necesitan ahorrar dinero, que regresen. Mientras tenga vida y techo, ellos tienen siempre esa ‘trailita’.
La Póliza de Seguro Llamada “Mi Familia”
En Latinoamérica, la familia funciona como una póliza de seguro obligatoria que nadie firmó, pero todos acatamos. A cambio de que te critiquen tu corte de pelo, te pregunten por tu vida sentimental y te digan que deberías buscarte un trabajo “de verdad”, tienes una red de contención que es casi infalible:
* El Sillón Cama: Siempre hay un sofá, un colchón inflable o un cuartito en la azotea disponible. Si te va mal, alguien te va a dar un rincón.
* La Olla Mágica: Nadie se muere de hambre. Las mamás y las abuelas siempre cocinan para un regimiento. Siempre hay un plato extra, aunque tengas que aguantar la sopa de fideo por tres semanas.
* La Chismografía de Recuperación: Te van a chusmear hasta que consigas trabajo. La presión social es un motor (molesto, pero efectivo) para que te eches “pa’lante”. No es un sistema perfecto, claro. Es invasivo, ruidoso y lleno de drama, ¡pero funciona! La dignidad de no dormir en la calle vale la pena aguantar a la tía criticona.
La Trailita Como Símbolo
La Trailita de la familia Meza es un símbolo glorioso de lo que significa ser latino: usar el ingenio, la poca infraestructura que tenemos, y la obligación moral de no dejar que la sangre se quede en el asfalto. Enrique Meza, con su trabajo promoviendo la inclusión financiera, entendió perfectamente que el primer paso para la inclusión, muchas veces, no viene de un banco, sino de un remolque viejo y de un par de manos dispuestas a ayudar.
Así que, ¡un aplauso por esas familias que tienen su propia Trailita de emergencia! Y a ti, ¿cuál ha sido el rincón temporal donde te has refugiado mientras te pones de pie? ¡Atrévete a contarlo!
(Enrique, gracias por ser mi inspiración esta semana.)
NOS VEMOS A LA PROXIMA.
La Trailita (THE LITTLE TRAILER): When the Asphalt Becomes Home (Temporary)
La Revista Binacional (Rafael García and I) were at the “Viva La Vida” event, the gala where Lifeline Community Services brings together all the people of San Diego who support and back them. La Revista Binacional was a proud media sponsor for the event. My friend Lisette Islas, the CEO of the foundation, was the perfect host in a colorful, aromatic, and loving place.
Enrique Meza, from US Bank, who was the main sponsor of the event (and a friend of mine), told us one of those stories that reminds you that life isn’t a TV commercial. His story about La Trailita—that camper or trailer—and how his family used it as a rescue point for relatives in need, is pure gold.
We’re not talking about an act of government charity, but about family logistics for survival! Listen to this: the uncle who’s getting divorced, the cousin who loses his job, the cousin who just arrived from another country… What does the Meza family do? He assigns them a shift at La Trailita! It’s not a Hilton, but it’s a roof. It’s a way of saying, “You’re down, but you’re not going to be homeless. Here you get up, shake yourself off, and start again, but under our constant supervision.”
He compared that “trailita” to what we call a “lifeline” (that vital aid to avoid dying) and linked it to the foundation’s theme at the event.
That reminded me of The Big Question I always ask myself: Why Are There Fewer Homeless People in Latin American countries compared to the United States?
And when I heard this story, I had my ‘aha’ moment: There’s the answer! Why is it that in our countries, despite crises, inept governments, and shortages, we don’t see that army of people living on the sidewalks like in the “first world”? Because in Latinos, the family is the last bastion of social security.
While in the US, they’re super cool and value “independence” at 18, what they’re really doing is leaving their people alone. The word “independence” sends shivers down our spines, especially to parents with children over 18. Personally, my children know that they have their home here with me, ALWAYS. If things don’t do well, they can come back. If they lose money, they can come back. If they have to start over and need to save money, they can come back. As long as I have a life and a roof over my head, they will always have that little trailer.
The Insurance Policy Called “My Family”
In Latin America, the family functions as a mandatory insurance policy that no one signed, but we all abide by. In exchange for people criticizing your haircut, asking you about your love life, and telling you you should get a “real” job, you have a safety net that’s almost foolproof:
The Sofa Bed: There’s always a couch, an air mattress, or a little room on the roof available. If things go wrong, someone will give you a spot.
The Magic Pot: No one starves. Moms and grandmas always cook for a regiment. There’s always an extra plate, even if you have to endure noodle soup for three weeks.
The Recovery Gossip: They’ll gossip about you until you get a job. Peer pressure is an (annoying, but effective) driver to get you to “go ahead.” It’s not a perfect system, of course. It’s invasive, noisy, and full of drama, but it works! The dignity of not sleeping on the streets is worth putting up with the criticizing aunt.
The Trailita as a Symbol
The Meza family’s Trailita is a glorious symbol of what it means to be Latino: using ingenuity, the limited infrastructure we have, and the moral obligation to not let blood remain on the asphalt. Enrique Meza, with his work promoting financial inclusion, perfectly understood that the first step toward inclusion often comes not from a bank, but from an old trailer and a pair of hands willing to help. A simple lifeline.
So, a round of applause for those families who have their own emergency Trailita! And for you, what has been the temporary corner where you’ve taken refuge while you get back on your feet? Dare to tell us!
(Enrique, thank you for being my inspiration this week.)
Hay quienes dicen que fumar un puro cubano es un lujo, una experiencia que requiere calma, paciencia y cierto nivel de sofisticación.
Yo digo que ser emprendedora es lo mismo, pero sin la calma y con mucho menos glamour. Porque si alguien me hubiera explicado que prender un negocio se parecía tanto a prender un puro, tal vez me hubiera comprado un encendedor más grande antes de empezar.
Para empezar, está el ritual de encenderlo. Un puro no se prende de golpe como un cerillo en la oscuridad. Hay que girarlo, cuidarlo, darle espacio para que el fuego agarre parejito.
Igual que cuando uno inicia un negocio: la idea brilla en tu cabeza, pero si no le das aire, tiempo y dedicación, se te apaga en la primera semana y lo único que queda es un olor raro a fracaso.
Después llega el primer jalón. Con el puro, ese momento inicial es engañoso: parece suave, pero en realidad puede darte un golpe inesperado en la garganta. Así pasa cuando arrancas un proyecto: el entusiasmo te hace pensar que todo será ligero y fácil, hasta que descubres trámites, permisos, clientes indecisos y proveedores que desaparecen misteriosamente cuando más los necesitas. Y ahí estás, tosiendo, preguntándote si valía la pena.
Pero claro, la clave está en la paciencia. Un puro cubano no se fuma en cinco minutos. No es cigarro de esquina, es experiencia lenta. Igual que emprender: si quieres resultados inmediatos, mejor vete por unas papitas. Los negocios toman tiempo, energía y, sobre todo, la capacidad de aguantar sin desesperarte cuando parece que nada avanza. Porque si lo fuerzas, se quema mal. Si lo dejas descuidado, se apaga. Lo mismo pasa con tu empresa.
Y no olvidemos lo caro del puro. Todo el mundo sabe que no es barato. Igual que ser emprendedora: inviertes en un logo, en una oficina, en mil cosas que la gente a tu alrededor te dice que “no son necesarias”. Ellos no entienden que detrás de ese gasto hay una apuesta, un sueño, y un poquito de locura. A veces te ven como si hubieras gastado tu sueldo en humo… y pues sí, pero un humo que te hace feliz.
Luego está el ambiente social. Con un puro cubano en la mano, la gente asume que sabes de la vida, que tienes historias interesantes, que perteneces a un club exclusivo. O que te crees la María Félix.
Con un negocio, la gente también asume cosas: que eres tu propio jefe (mentira, tus clientes son tus jefes), que no tienes horarios (mentira, trabajas 24/7), y que ya eres millonaria (mentira, a veces ni para el café y vieran mis calzones).
Lo mejor de todo, sin duda, es la satisfacción final. Terminar un puro cubano es quedarte con el sabor de algo fuerte, con carácter, que requirió tu tiempo y atención. Terminar una etapa en tu negocio, aunque sea chiquita, te deja la misma sensación: que valió la pena, que cada jalón tuvo su propósito, y que sobreviviste al humo, a la tos y al gasto.
Al final del día, ser emprendedora es como fumar un puro cubano: difícil de conseguir, complicado de mantener, pero delicioso de vivir. Eso sí, con la diferencia de que cuando el puro se apaga, ya no hay vuelta atrás. En cambio, cuando tu negocio se tambalea, siempre puedes darle otra chispa, otro intento, y volver a encenderlo.
Y créeme, aunque ambos procesos cuestan lágrimas (y a veces maquillaje corrido), la satisfacción de saborearlo hasta el final… vale la pena.
Hay algo casi mágico en subirse a una rueda de la fortuna. No importa si estás en una feria de pueblo, en el muelle de Santa Mónica, en Disney California Adventure o en Las Vegas con luces bailando a tu alrededor: la experiencia es la misma. Te subes, esperas a que todos encuentren su asiento, y entonces, lentamente, la rueda empieza a girar.
Y justo ahí, en ese momento en el que todo va lento, es donde me cayó el veinte: la rueda de la fortuna es una gran lección de vida. Porque no se trata de velocidad, ni de adrenalina, ni de llegar “más alto” primero. Se trata de paciencia, de confiar en el ritmo, y sobre todo, de disfrutar el paseo.
Vivimos en una era donde todo es inmediato. Un clic y ya compraste, otro clic y ya te contestaron. Pero hay cosas —las más valiosas, las que realmente importan— que no se pueden acelerar. El amor, la sanación, los proyectos con alma, las relaciones verdaderas, el crecimiento personal… todo eso toma tiempo. Como la rueda.
Y qué curioso, porque al principio uno quiere que se mueva rápido. Subes con emoción, con esa ansiedad bonita de lo nuevo. Pero la rueda no se apura. Se detiene, deja que otros suban. A veces te toca estar arriba del todo, viendo el mundo desde otra perspectiva. Otras veces estás abajo, esperando que vuelva a girar. Y eso es la vida. Una serie de subidas y bajadas, a su propio ritmo.
Yo he aprendido —a veces a la mala— que apresurar procesos solo trae frustración. Que cuando uno se impacienta, no disfruta. Que hay belleza en el ritmo natural de las cosas. Y que, como en la rueda, no puedes controlar cuánto tarda en llegar tu momento. Solo puedes decidir si lo vives con estrés… o con alegría.
La mejor parte, para mí, es cuando estás arriba. No porque estés “más alto” que nadie, sino porque ahí se abre el panorama. Ves luces que antes no notabas, detalles que solo se revelan con distancia. Y claro, sabes que no vas a quedarte ahí para siempre. Pero eso lo hace más especial.
Me gusta pensar que la rueda también te enseña humildad. Porque así como subes, también bajas. Y no pasa nada. El juego sigue, el ritmo no se detiene. Es parte del ciclo. Lo importante es seguir presente, ver a tu alrededor, compartir la cabina con quien elegiste subir, o incluso, disfrutar tu propia compañía si vas sola.
A veces la vida nos pone en una cabina que no elegimos. A veces el panorama no es tan bonito como esperábamos. Pero incluso ahí, hay lecciones. Hay pausas necesarias, silencios que curan, vistas distintas que no habríamos descubierto si todo fuera en línea recta.
Otras veces nos hace esperar a que “todos se suban a tu proyecto”, que te alcancen en tus metas o se sincronicen con tus ideas. Y la Rueda de la Fortuna nos enseña que no puedes girar rápido hasta que todos las cabinas esten ocupadas.
Así que la próxima vez que te sientas “atascada”, que sientas que todos avanzan menos tú, piensa en la rueda. No te bajaste. Solo estás en la parte del viaje donde se ve diferente. No te desesperes. Tu momento de subir otra vez llegará.
Y cuando lo haga, recuerda mirar alrededor. Agradece el camino, el proceso, el tiempo. No todos se atreven a subir, no todos saben esperar. Tú sí.
Porque la vida no se trata solo de llegar. Se trata de girar, de detenerse, de mirar, de respirar profundo cuando estás en lo alto… y de sonreír cuando vuelvas a empezar.
Y si nos ponemos a analizarlo profundamente, el que primero se sube, primero se baja. Te guste o no.
“No necesito más herramientas, necesito menos fricción”… me explotó el cerebro (y el corazón también).
Todo comenzó un martes cualquiera. Ya sabes, ese tipo de día donde tienes 27 ventanas abiertas, 15 apps de productividad descargadas y una lista de pendientes que parece escrita por un enemigo.
Ahí estaba yo, buscando LA herramienta definitiva que me haría más organizada, más eficiente, más… menos yo.
Y de pronto la vi. Esa frase. En mayúsculas, subrayada, como si Dios mismo me la hubiera mandado en un post de LinkedIn:
“No necesito más herramientas, necesito menos fricción.”
¡PUM!
Sentí un golpe directo al ego. Una bofetada con guante blanco digital. Porque claro que necesito herramientas, ¿no? ¿Qué haría yo sin mi calendario, mi app de recordatorios, mis documentos compartidos, el CRM (imaginario a veces), el correo, el WhatsApp, el grupo de WhatsApp del grupo de WhatsApp…?
Pero ahí estaba la maldita frase, viéndome con una ceja levantada y diciendo:
“¿Y de qué te sirve tanto si igual sigues en el caos, Ginita?”
Me quedé pasmada. Cerré todas las ventanas en mi celular (bueno, dejé Spotify) y me puse a pensar: ¿cuántas veces he perdido media hora organizando lo que tengo que hacer, en lugar de simplemente hacerlo? ¿Cuántas veces me he bajado una nueva app porque la anterior no “fluía”, cuando en realidad el problema era que tenía que meterle diez pasos para hacer una tarea sencilla?
Spoiler: no era la herramienta. Era la fricción.
Fricción como esa vocecita que te dice que no empieces porque no va a quedar perfecto.
Fricción como tener que buscar tres veces una contraseña que sabes que está “por ahí”.
Fricción como el síndrome del impostor disfrazado de “solo necesito otro curso para estar lista”.
Fricción es buscar culpables de no avanzar en lugar de aceptar la culpa propia.
La frase me hizo entender que a veces somos como ese señor que compra herramientas carísimas para arreglar la gotera… pero nunca se sube a la escalera.
¿Y sabes qué hice después de ese mini despertar espiritual?
*No, no me volví minimalista digital.
*No, no borré todas mis apps y me fui a meditar al bosque.
Pero sí hice algo revolucionario:
Eliminé todo lo que no estaba ayudando a fluir.
Saqué las herramientas duplicadas, las que no entendía, las que usaba solo por moda (o que vi en un video de TikTok).
Y me quedé con lo que sí uso. Con lo que realmente me ayuda a avanzar sin sentir que estoy empujando un burro cuesta arriba.
Desde entonces, cada vez que me tiento a descargar una cosa más para “ser más productiva”, repito mi nuevo mantra:
No necesito más herramientas. Necesito menos fricción.
(Esta frase aplica a todo: trabajo, salud, amores, pero eso es otra historia).
¿Y si mejor no lo hacemos bien? Total, así es más fácil… ¿no?
A ver, seamos honestos: hacer las cosas bien es un arte, una ciencia, una disciplina… y una friega. No es que uno no quiera ser responsable, comprometido y profesional. No. Es que a veces —muchas veces— simplemente parece que la vida conspira para que no te den ganas de hacer absolutamente nada bien.
Primero que nada, hacer las cosas bien implica pensar. ¡Pensar! Y eso ya es pedir demasiado. Pensar significa planear, organizar, anticipar problemas y, peor tantito, solucionarlos. ¿Quién tiene tiempo para eso cuando uno apenas tiene energía para sobrevivir al lunes?
Además, hacer las cosas bien implica tiempo. Y no me refiero a una horita mientras ves memes. No, es tiempo de verdad. Horas de enfocarse, corregir errores, checar detalles, volver a empezar si algo salió mal. ¿Y si en lugar de todo eso me echo una siestecita de “cinco minutos” que mágicamente se convierte en tres horas? Suena más tentador.
Otro problema es la motivación. Uno empieza el lunes con toda la actitud: “¡Esta semana sí voy a hacer todo bien!” Y para el martes a las 11:00 a.m. ya estás cuestionando todas tus decisiones de vida mientras te preguntas si puedes sobrevivir solo con café y chismes de TikTok. ¿Qué pasó con el entusiasmo? Pues que se lo llevó la rutina, la flojera y el hecho de que nadie te aplaude cuando haces las cosas bien… pero todos notan cuando la riegas.
Hacer las cosas bien también requiere compromiso. Y el compromiso da miedo. Porque si te sale bien una vez, ¡ahora lo esperan siempre! O sea, ¡una sola vez haces algo bien y ya te quieren poner de ejemplo en la junta! No, gracias. Prefiero mantener las expectativas bajitas para que nadie se sorprenda cuando no entrego nada.
Además, ¿han notado que hacer las cosas mal a veces es hasta más divertido? Te echas un chisme mientras haces el trabajo a medias, improvisas, sobrevives al caos, y si te preguntan, siempre puedes decir: “¡Ups, se me fue el detalle!” y ya. Con carita de ternura y voz de víctima, se resuelve casi todo.
Ahora, no me malinterpreten. No estoy promoviendo la mediocridad (bueno, tal vez tantito). Solo digo que, en el fondo, todos sabemos que hacer las cosas bien es noble, correcto y admirable… pero no siempre es la opción más fácil. Y como buenos seres humanos que somos, siempre estamos buscando el camino de menor resistencia. Llámalo instinto de conservación, flojera estratégica o talento para la improvisación.
Cosas que me gustaría a veces no hacer bien:
Maquillarme y luego desmaquillarme en la noche
Contestar cuando tengo una opinión diferente
Estacionarme dentro de las lineas en los centros comerciales
Sacar la ropa de la secadora inmediatamente
Respetar mi turno en una fila
No saludar a los que se que no les caigo
Publicar en mis redes sociales con toda la honestidad
Gastar dinero solo en mi
Llorar por nada
Tener tiempo para mi
Dar explicaciones
Creer en el amor de nuevo, especialmente el propio
Dar propinas
Defenderme de los que me quieren tumbar
Tener expectativas
Así que la próxima vez que alguien diga: “Hazlo bien o no lo hagas”, yo solo responderé: “Entonces mejor no lo hago. Porque hacerlo bien… ¡está muy difícil y ahorita no quiero!”
Mi papá va a cumplir 30 años que se murió. Tenía 49 años. Quizá por eso lo he estado recordando estos días. No me pone triste porque ahora cuando pienso en él, es una lucha de mi mente por recordar su voz y su mirada. No me da tiempo de ponerme triste porque mi enfoque está en no olvidarlo.
Mientras pensaba en mi papá, saqué cuentas. Llegamos de Hermosillo a vivir a Mexicali en 1984. Mi papá murió en 1995.
No tienen idea lo que me afectó entender que solo vivimos 11 años en Mexicali con mi papá. Yo pensaba que era una eternidad lo que estuvimos con él. “Toda una vida”. Y pues, ahora viendo las cosas, no fue así.
Hay una verdad silenciosa que todos eventualmente enfrentamos: la fragilidad del tiempo. Cuando somos jóvenes, los días parecen interminables, los veranos se hacen eternos y esperar una semana por algo se siente como una vida entera. Pero a medida que envejecemos, el tiempo parece escaparse entre nuestros dedos cada vez más rápido. Los meses se difuminan, los años pasan en instantes, y nos preguntamos: ¿Dónde se fue el tiempo?
Esto no es solo imaginación; es una experiencia psicológica real. Una explicación radica en cómo percibimos el tiempo en relación con nuestra edad. A los cinco años, un solo año representa el 20% de tu vida. Pero a los 50, ese mismo año es solo el 2%. De esta manera, nuestro cerebro mide el tiempo proporcionalmente, lo que puede hacer que cada año que pasa se sienta más corto que el anterior. También está el tema de la novedad. De niños, casi todo lo que encontramos es nuevo: nuestro primer día de colegio, nuestra primera excursión a la playa, nuestra primera amistad. Estas nuevas experiencias crean recuerdos vívidos y una sensación de expansión en el tiempo.
Como adultos, muchos de nuestros días empiezan a seguir rutinas familiares y menos momentos sobresalen. El tiempo, entonces, se siente comprimido no porque transcurra más rápido, sino porque se forman menos recuerdos únicos. El ritmo de la vida moderna también influye. La tecnología nos mantiene constantemente conectados y en constante movimiento: correos electrónicos, mensajes de texto, plazos, notificaciones de redes sociales.
Siempre estamos demasiado ocupados como para tomarnos tiempo para simplemente estar. Nuestra atención se fragmenta, y cuando no nos tomamos el tiempo para estar presentes, los momentos pasan desapercibidos. Los días se llenan, pero no siempre con cosas que dejen impresiones duraderas.
Emocionalmente, la fragilidad del tiempo se hace más evidente al ver a las personas a nuestro alrededor crecer, a los niños convertirse en adolescentes, a los seres queridos fallecer.
Estas transiciones nos recuerdan que el tiempo no solo es precioso, sino también fugaz. Empezamos a medir el tiempo menos en minutos y más en recuerdos, logros y conexiones significativas. Pero en lugar de temer el rápido paso del tiempo, quizás podamos cambiar nuestra relación con él. La solución no es intentar ralentizar el tiempo, sino ser más conscientes de cómo lo empleamos.
Estar presente, crear nuevas experiencias, expresar gratitud y cultivar relaciones pueden ayudar a extender el tiempo de forma significativa.
Sal a caminar sin el teléfono.
Cena con alguien sin distracciones.
Empieza algo nuevo.
Lee mis blogs.
Vuelve a sentir curiosidad.
Cuando nos entregamos plenamente al momento, el tiempo se centra menos en el reloj y más en la profundidad de la experiencia. El tiempo seguirá avanzando: frágil, fugaz, imparable. Pero dentro de esa fragilidad reside un regalo silencioso: la oportunidad de vivir con dedicación. De llenar nuestras vidas no solo con el paso de los días, sino con la riqueza de estar verdaderamente vivos en ellos.
Gracias por leerme y una disculpa por no escribir (este blog) mas seguido.
La vida es como un sistema de navegación GPS. Marcamos nuestro destino, fijamos la vista en dónde queremos ir y emprendemos el viaje con confianza. A veces, el camino está despejado: carreteras lisas, semáforos en verde y caminos conocidos. Otras veces, nos topamos con desvíos inesperados, zonas de construcción o tomamos un giro equivocado. Pero, como un GPS, la vida no nos abandona. No nos dice: “Has fracasado. Vuelve al principio”. En cambio, anuncia con calma: “Rerouting o Redireccionando”.
De joven, creía que mi camino era recto y sencillo. Tenía sueños, metas y una visión clara del éxito. Pensaba que si seguía los pasos correctos (estudiar mucho, conseguir un buen trabajo, hacer los contactos adecuados), llegaría a mi destino sin problemas. Pero la vida tenía sus propios planes.
Recuerdo el primer gran desvío: perder a mi papá y abuelo y tío el mismo año. Me sentí varada, como si hubiera perdido la salida y hubiera terminado en un barrio desconocido. Me invadió el pánico y la duda me decía que nunca encontraría el camino de vuelta. Pero, como un GPS que se recalibra cuando te desvías de la ruta, encontré un nuevo rumbo…aprendí que la familia es lo mas importante.
Luego vinieron las relaciones: otro viaje lleno de giros inesperados. Me enamoré, imaginé una vida con alguien y planifiqué un futuro que parecía tan seguro. De nuevo, la vida me susurró: “Redireccionamiento”. Me tomé un tiempo para sanar, para comprenderme mejor y para redescubrir lo que realmente quería.
A veces, el redireccionamiento lleva más tiempo del esperado. Me frustra sentir que doy vueltas en círculos o retrocedo. Pero he aprendido que cada camino, incluso los inesperados, me enseña algo nuevo. Tal vez necesitaba ese giro equivocado para ganar perspectiva o desarrollar resiliencia.
Hay momentos en que me resisto obstinadamente, convencida de que mi camino es el único. El GPS nunca se enoja ni me juzga; simplemente recalcula, ofreciendo una nueva ruta cada vez que me desvío. La vida también es así. Es paciente y nos da innumerables oportunidades para reencontrarnos.
Una de las lecciones más importantes que he aprendido es confiar en el desvío. No significa fracasar, significa adaptarse. Significa soltar el plan rígido que tenía en la cabeza y permitirme explorar territorio inexplorado. A veces, la ruta panorámica es más hermosa que la carretera. A veces, el desvío me lleva a un lugar que nunca supe que debía visitar.
Así que ahora, cuando la vida me sorprende con un cambio repentino o un desafío inesperado, respiro hondo y recuerdo: “Redireccionar”. Es simplemente un nuevo camino hacia el mismo destino, o quizás uno mejor. No importa cuántas veces tenga que recalcular, seguiré adelante, sabiendo que el viaje es tan importante como el destino.
Una ciudad famosa por su vibrante cultura, exquisita gastronomía y experiencias únicas. La Revista Binacional, como ya lo hace cada año, tiene una participación importante en cada Super Bowl donde fusionamos lo Latino con este deporte y evento tan importante.
Llegamos a la ciudad donde la cultura es rica, la música vibrante y los coloridos de mardi gras junto con lo fosforescente de los colores del super tazón de este año.
Fuimos con la agenda llena en la semana, comimos gumbo de cocodrilo y saboreamos beignets increíbles.
Llegamos con la intención de asaltar la ciudad con nuestra curiosidad, pero los asaltados fuimos nosotros.
El primer día, teníamos el MEDIA NIGHT en el estadio de los Saints de New Orleans. Nuestro hotel, el MONTELEONE, que por cierto dicen que está embrujado y se aparece un niño que se murió allí, nos hizo sentir que estábamos en Francia en el siglo 17.
No quedaba cerca del estadio por lo que fue necesario tomar un UBER.
$8.98 dólares del hotel al estadio se me hizo muy bien.
Nos subimos al Uber, de Steve, un gringo de verdad, muy rubio y tenía cara de buena gente. Era un Honda Odyssey azul (la pintura medio gastada, pero todo el pueblo es así, despintado) y las placas eran 650GLC de Louisiana.
Rafael y yo le platicamos y el también nos decía lo que le gustaba, hablamos de los Chargers y del Drew Brees.
Obviamente se dio cuenta que éramos de fuera, por nuestro acento tal vez mexicano y porque con Rafa yo hablaba en español.
Seguíamos platicando y en eso mi teléfono vibró y la app de UBER me avisa que el conductor (o sea el Steve) había cambiado la ruta.
No le hice mucho caso porque la verdad toda la ciudad estaba llena de vigilancia y policías y soldados para que todo fuera una seguridad increíble.
En eso, al ver por la ventana, mi corazón se me hundió y se me fue a la punta del dedo gordo del pie. Me acalambré.
Steve se estaciona y Rafa y yo vemos que estamos debajo de un puente donde se encontraba gente muy fea, drogada, ‘vagos’ y la verdad horrible.
“Pues la aplicación me dice que debo de bajarlos aquí”, nos dice Steve.
Y yo: “Pues mi app me dice que no. Que nos debes de llevar hasta el estadio”.
Y Steve nos dice: “Pues no se hace”
Y yo: “Pues voy a pedir un viaje de aquí al estadio y tú lo agarras”
Y me dice el Steve: “Pues no voy a culminar el viaje así que no vas a poder pedir otro Uber”
Rápidamente lo traté de hacer y efectivamente solo me dejaba pedir un Uber a mis hijos porque yo seguía activa en mi viaje actual.
“Entonces tienen dos opciones: bajarse aquí donde de seguro no les va bien porque es una area peligrosa de la ciudad o me pueden dar todo el efectivo que traigan”
Yo voltee a ver al Rafa porque pues siempre dice que es de las calles rudas de Tijuana y el otro callado. Me dice “traigo dos dólares” y me los da.
Yo estaba super enojada.
“Pues nomas traigo en total $15 dólares y $500 pesos”, le dije al Steve.
Steve quería $20 pero al final aceptó los $15 y a los pesos los ignoró.
Nos bajamos casi corriendo del Uber en cuanto llegamos al estadio y toda la caminada de la calle a la entrada del estadio íbamos encabr%$#@dos diciendo todas las malas palabras que nos sabemos.
Quiero agradecer al Rafa su tranquilidad porque eso nos protegió y entendí que fue muy inteligente quedarse callado y no pelearse.
Lo que mas nos dolió fue el EGO de que nos asaltara un güero con cara del Ned Flanders de los Simpson.
Ned FlandersSteve, el villano del UBER
Nos agarró super confiados y me puse a pensar en tantos jóvenes y sobre todo niñas que se suben muy tranquilas a los Ubers y Lyft.
No se puede confiar en nadie.
Nos tuvimos que tomar una buena cervecita para el susto y nos dio mucha risa que todavía el Steve me manda un enlace para que le diera su propina en la aplicación de UBER.
UBER recibió mi queja hasta que ya no estaba en New Orleans y me va a regresar todo el dinero.
Y es así como New Orleans nos asaltó, pero al mismo tiempo nos maravilló con lo diferente que es.
Si quiero volver, con mis hijos, para ahora si dedicarme a explorar los cementerios, platicar con las brujas acerca del vudú y realmente conocer la vida de esa ciudad empantanada donde echarte un taco de cocodrilo es lo más normal del mundo.
Hoy celebro un logro increíble: mi blog cumple 14 años. Catorce años escribiendo, compartiendo pensamientos, explorando ideas, conectando con personas de todo el mundo. Si me lo hubieran dicho aquel día en que publiqué mi primera entrada, llena de dudas y entusiasmo, no sé si lo habría creído. Pero aquí estamos, una década y media después, y lo único que puedo sentir es gratitud.
Cuando empecé este blog, lo hice con una mezcla de curiosidad y necesidad. Quería un espacio donde pudiera expresar mis pensamientos sin filtros, donde pudiera escribir sobre los temas que me inquietaban y me apasionaban. Nunca imaginé que encontraría una comunidad tan fiel, personas que han estado aquí desde los primeros días, leyendo cada publicación, dejando comentarios, compartiendo mis escritos. Catorce años no son poca cosa. Han pasado tantas cosas en este tiempo: cambios personales, avances tecnológicos, crisis globales, momentos de inspiración y de incertidumbre. Pero algo se ha mantenido constante: este espacio, este rincón en internet donde siempre puedo volver y sentirme en casa. A lo largo de los años, el blog ha evolucionado.
Al principio, escribía sin pensar demasiado en quién me leería. Con el tiempo, fui comprendiendo la responsabilidad que conlleva tener una audiencia, por pequeña o grande que sea. Mis palabras tienen impacto, mis ideas pueden resonar en otros. Eso me ha llevado a ser más reflexiva, a escribir con mayor intención, a cuidar el contenido que comparto. Pero si algo he aprendido es que escribir no es solo compartir, sino también recibir. Gracias a este blog, he tenido la oportunidad de conocer personas maravillosas, de aprender de sus experiencias, de intercambiar ideas. Algunos de ustedes han estado aquí desde el principio, otros se han unido en el camino, pero todos han dejado huella.
No hay manera de expresar cuánta gratitud siento por cada uno de ustedes que ha dedicado un poco de su tiempo a leerme. Sé que en estos tiempos hay un sinfín de distracciones: redes sociales, noticias, plataformas de streaming, entretenimiento en todas sus formas. Y, sin embargo, siguen viniendo aquí, siguen dejando sus comentarios, siguen formando parte de esta comunidad. Cada vez que recibo un mensaje de alguien que me dice que mis palabras le hicieron reflexionar, que encontró consuelo en una publicación, que se sintió acompañado en un momento difícil, recuerdo por qué empecé a escribir. (Tambien gracias a este blog pude asociarme con las mejores personas y lanzar LA REVISTA BINACIONAL).
Este blog es un espacio de conexión, de intercambio, de crecimiento mutuo. Sé que la fidelidad en internet es algo raro. Los intereses cambian, las plataformas evolucionan, las modas van y vienen. Por eso valoro tanto que, después de 14 años, sigan aquí. No sé qué hice para merecerlo, pero lo agradezco con todo el corazón.
Mientras celebro este aniversario, no puedo evitar pensar en el estado del mundo, en cómo han cambiado las cosas desde que empecé a escribir. En especial, mi cabeza no logra entender todo lo que está pasando en Estados Unidos y en la política global. Cuando abrí este blog, el mundo parecía moverse en una dirección diferente. Había retos, por supuesto, pero también esperanza. Ahora, la incertidumbre es la norma. La política en Estados Unidos se ha vuelto un campo de batalla constante, una lucha de poder donde parece que la verdad y la ética han pasado a un segundo plano. Veo los titulares y no sé si sentirme sorprendida o resignada. Me pregunto cómo llegamos aquí. ¿Cómo un país que ha sido un referente de democracia y libertad ha terminado sumido en tal polarización? ¿Cómo es posible que la desinformación y las teorías de conspiración tengan más peso que los hechos?
Me cuesta entenderlo, y me frustra no encontrar respuestas claras. Lo que más me inquieta es que esta crisis no se limita a un solo país. Es un reflejo de una tendencia global. La política se ha convertido en un espectáculo, en una guerra de egos donde lo que menos importa es el bienestar de las personas.
Nos hemos acostumbrado a vivir en un estado de alerta constante, a recibir noticias que parecen sacadas de una película de ficción. Pero a pesar de todo, quiero seguir creyendo en el poder del diálogo, en la posibilidad de cambio. Quiero pensar que aún hay espacio para la empatía, para la construcción de puentes en lugar de muros. No sé cómo será el futuro, pero sé que escribir es una forma de resistencia, una manera de mantener viva la conversación, de no rendirse ante la indiferencia.
No sé qué nos depara el futuro, ni para el mundo ni para este blog. Pero si algo he aprendido en estos 14 años es que la escritura es un refugio, una forma de ordenar el caos, de dar sentido a lo que parece incomprensible.
Seguiré aquí mientras tenga algo que decir, mientras haya lectores dispuestos a acompañarme en este viaje. No sé si llegaremos a los 20 años, pero por ahora, celebrar 14 es un recordatorio de que las palabras tienen poder, de que la conexión humana sigue siendo lo más valioso que tenemos. Gracias por estar aquí, por leerme, por hacer de este blog un espacio vivo. Este aniversario es tanto mío como de todos ustedes. Sigamos adelante, juntos.