Flores silvestres

No publiqué nada la semana pasada. No fue por falta de ganas, sino que realmente fue por falta de organización de mi parte.

Me fui a Phoenix a cubrir un evento en la semana del Super Bowl con La Revista Binacional. Fue en la carretera cuando viendo por la ventana me acordé de que era miércoles. Miércoles de blog. Y yo en algún lugar de la carretera desértica entre California y Arizona.

No me disculpé. Fueron pocos los que me extrañaron realmente. Quizá sea hora de que escriba con menos frecuencia (y con más calidad).

Realmente tengo mucho que contarles. Demasiado creo yo. Pero hay algo que no se me quita de la cabeza y son las flores silvestres que vi en el camino a Arizona.

Miles de flores adornaban aquellas carreteras del desierto llenas de saguaros y de rocas secas.

No se a que se deba, pero desde San Diego comenzaban. Unas eran moradas y otras de todos colores. Al ir avanzando hacia el este, las flores se tornaban de un color naranja. Parecían de un paisaje de mentiras.

No se como funciona mi mente pero al verlas lo único que podía pensar era que la naturaleza era una maravilla y realmente un reflejo de nosotros mismos.

Pensé que las flores son como las personas.

Unas se plantan, se planea donde van a estar, se riegan y se cuidan. Al nacer se cambian a otras macetas o a jardines para que sigan su vida sin problema hasta que llega el momento de morir.

Otras flores se plantan de manera industrial para ser cortadas y vendidas. Se modifican genéticamente para que estén mas bonitas y perfectas y así venderse mas caras. Siempre están en demanda, pero sus vidas son cortas. A veces son para reconciliar amores. Otras para adornar tumbas. Algunas para iluminar alguna casa triste. Quizá al morir se encuentren disecadas en un libro de recuerdos o convertidas en potpurrí para aromatizar ambientes.

Y luego están las flores silvestres. Esas que nadie sabe de donde vienen. Nadie las cuida. Llegan libres por la vida. Sin esfuerzo son preciosas. Nadie las corta ni las pisa. Jamás van a ser vendidas ni mucho menos compradas. Si tienen suerte, nacen cerca de caminos por donde ven pasar a muchos carros llenos de familias con historias. Las flores silvestres jamás son abonadas por el jardinero. Nadie se preocupa si tienen agua o si tienen plagas. Ellas nacen en su nicho natural. Crecen y se multiplican y lo que no se dan cuenta es que ponen a reflexionar a personas como yo que pasan cerca de ellas cuando manejan.

Con las tres flores me identifico en diferentes etapas de mi vida.

Fui una flor planeada, regada, cuidada y siempre colocada donde pensaban que podía crecer feliz. Pero evolucioné y me salí del jardín.

No fui industrializada pero también soy una flor que se preparó para funcionar en muchos lados. Con mi nuevo negocio de la revista, estoy descubriendo mis talentos escondidos por mucho tiempo por diferentes motivos. Estoy en demanda y me siento una flor útil y que funciona en donde sea que me necesiten.

Poco a poco estoy convirtiéndome en una flor silvestre (tocaya de la abuela de Angela Aguilar, la cantante, jaja).

Me estoy liberando y me estoy cuidando sola. No me importa rodearme de yerbas malas porque al final sigo siendo flor.

Quiero ser una flor libre de tabús y costumbres. Una de esas flores que salen entre las rocas felices y buscando siempre el sol por la mañana mientras duermen solas por las noches soñando con un nuevo día.

Así quiero seguir evolucionando. Sin maceta, sin florero… libre y feliz.

GRACIAS POR LEERME. NOS VEMOS A LA PROXIMA. 🙂