Eres Dudosa

Mariana Eres se preparaba para recibir a todas sus amigas esa tarde en su casa. Estar de vacaciones de su despacho por un par de semanas después de su tratamiento médico la hizo aprovechar para invitar a sus más cercanas amistades a convivir un rato.

La ilusión de verlas a todas, que al fin pudieron ponerse de acuerdo y verse debido al ritmo de vida de cada una, la motivaba a sacar su mejor mantel y vajilla.

Limpiaba las copas “de ocasiones especiales” y ponía a enfriar los chardonnays y acomodaba los tintos de crianza rioja para que estuvieran a la temperatura ambiental perfecta.

Alcanzó a medio pintarse la boca y a peinarse rápidamente mientras tocaban en la puerta.

“¡Martha, qué gusto!”, exclamaba Mariana en lo que abrazaba a su amiga de la secundaria. “Pásale por favor y te encargo el horno en lo que subo a cambiarme de zapatos”.

Martha llegaba y abría el refrigerador para abrir una cervecita y sentarse en la barra de la cocina.

La puerta había quedado abierta y en eso llegaban al mismo tiempo Lydia y Paty. Paty venía hablando por teléfono con uno de sus empleados que siempre tiene que andar arreando mientras que Lydia apenas podía caminar con sus Louboutins del año pasado, pero que juró ponerse hasta que se le acabara la suela roja.

Nancy se disculpó en un texto que les envió por Whatsapp debido a un imprevisto y las 4 decidieron pasar a la mesa y comenzar la cena.

Mariana había hecho un sinfín de bocadillos gourmets de recetas que había visto en el TikTok

“¡Qué bárbara Mariana! Deberías de ser una caterer”, le decía Lydia. “Todo está delicioso y parece de revista”.

“Ay, sí. Déjenme tomarle fotos a todo para subirlo a las redes y las etiqueto”, decía Martha.

“Pero que no salga yo”, decía Lydia. “Luego todo mundo dice que salgo todos los días”

“Equis”, decía Mariana. “De mi inventan tantas cosas que ya no me afecta”.

La tarde se iba y ellas se ponían al tanto de sus vidas. Todo iba bien hasta que Martha le pregunta a Mariana por Eduardo.

Eduardo, el marido de Mariana, era muy amigo de todas ya que lo conocían de muchos años.

Mariana puso una cara triste y las amigas se sirvieron mas vino al notar su gesto.

“¿Qué pasó?”, preguntó Paty.

“Nada, todo bien. Solo que con el nuevo puesto llega muy tarde y siempre anda como enojado, pero yo sé que es estrés”, explicaba Mariana.

“Si, eso pasa. Animo amiga. Es por el bien tuyo y de los niños”, le explicaba Lydia. “Mario viaja mucho pero no me quejo porque está logrando los sueños de todos como familia”.

“Ay, ya se. Es lo que me dice mi mamá también”, decía Mariana. “¿Quieren que ya parta el cheesecake?”

Martha se le quedaba viendo. No opinaba nada, solo tomaba su tinto y trataba de servirse todo lo que no tuviera carbohidratos.

Pasando el tiempo, se acaba el ‘cheesecake’ y las botellas, Martha de la nada le pregunta a Mariana, “¿y estás segura de que sí está trabajando?”

Mariana se congeló. Nunca había dudado de Eduardo ni de su relación.

“O sea, que raro que toooodos los días llegue tarde”, seguía Martha.

Lydia y Paty agachaban la cabeza y trataban de cambiar el tema. “Ya hemos tomado bastante Martha, toma agua, o algo”, decía Lydia. “Estas diciendo puras tonterías”.

“No. Que raro, es todo lo que digo. Que raro horario tiene tu marido Mariana’, y se levantaba a servirse un café.

Paty volteaba a ver a Mariana y le decía “Se le pasó el vinito, no le hagas caso”.

Mariana sonreía y mejor continuaba con la reunión sin complicar las cosas.

Pero se quedó pensativa toda la noche, aún cuando guardaba la última copa lavadita en la vitrina de su cocina.

Eran las 11pm y Eduardo todavía no llegaba. Nunca había sentido esa opresión en el estómago.

“Martha y sus cizañas”, pensaba.

Pero por primera vez en mucho tiempo, Mariana esperaba a Eduardo en la sala, triste y con miedo.

Se escuchaba la cochera abrirse y entraba Eduardo “Mi amor, te debiste dormir”, le decía mientras apagaba luces.

¿Dónde estabas, Eduardo?”, quería preguntarle Mariana.

Pero era un debate entre su intuición y el “que raro” que le había dicho su amiga.

Mariana decidió mejor callarse, aunque a partir de ese comentario de su amiga, se había convertido ya en una mujer dudosa. No podía entender si se sentía triste por dudar de su marido ó por tener a una “amiga” que la hizo dudar.

NOS VEMOS EL PROXIMO MIERCOLES 🙂

Eres Desconfiada

Mariana Eres se encontraba sentada en un sillón azúl frente a su doctor, el psiquiatra que le daba su terapia semanal.

“¿Porqué no puedo fumar aquí, Joaquín?”, le decía al doctor, que lo tuteaba porque eran amigos desde la primaria.

“Mariana, tu sabes que estamos en zona “cero humo” por mis otros pacientes. Y además, es malo para ti y lo sabes. Pero no vamos a gastar esta hora con mis consejos de amigo del porqué debes dejar el cigarro. Mejor sigue con lo que me platicabas la semana pasada”.

Joaquín, el doctor, se sentaba frente a ella en una silla negra, de esas que giran un poco pero no logran a dar toda la vuelta.

“No me acuerdo que te estaba diciendo”, le dice Mariana.

“No, Mariana. No vas a cambiar el tema. Platícame un poco de cómo ha estado tu semana. ¿Los hijos? ¿El galán?”. Mariana sentía la mirada del doctor muy intrigante.

A veces era difícil que un amigo la tratara psiquiátricamente, pero tambien era el único que podía pagar en abonos.

“Ay, Joaquín, pues nada. Todo está bien. No ha pasado nada esta semana fuera de la rutina, que por cierto ya me tiene harta. Mi ex sigue con su secretaria. Sigue llevándola cuando sale con mis hijos pero la verdad ya no me importa. Los niños bien, todo en la escuela está normal. Y mi galán, pues allí anda. Hace su luchita”. Mariana sonreía pero en un momento se volvía a poner triste.

Joaquín observaba como Mariana movía una de sus manos y se ponía a peinar con sus dedos sus cabellos largos. Era muy bonita aunque para el doctor ella era sólo una amiga, casi hermana.

“A ver Mariana. Tu galán. ¿Qué pasa?”.

Joaquín sabía que el regreso de la ansiedad de Mariana se debía al nuevo galán.

“No sé. Es buen hombre. Trabajador. Me respeta, me apoya, se ve que me quiere. Hace todo lo posible porque yo esté bien, tranquila. No entiendo Joaquín. Me gusta y me estoy encariñando pero me estoy muriendo de miedo”.

Mariana se mordía un labio para no llorar.

“¿Miedo?” Joaquín quería entenderlo.

“Joaquín, ¡por Dios! Como si no conocieras la suerte que tengo con los hombres. Mi galán es demasiado bueno para ser verdad. A veces se va todo el día y no se nada de él. No me contesta. Me dice que está trabajando y le creo pero una parte de mí lo imagina besando a otra, hablando con otra, enamorando a otra. Joaquín, he perdido la capacidad de volver a confiar en alguien que me pueda querer de verdad”.

Mariana suspiraba. No quería soltarse llorando frente a Joaquín porque luego tardaría en recuperar la voz para seguir platicando.

“Mariana. Tú has manejado bien la infidelidad de tu ex. Lo perdonaste pero decidiste alejarte. No le sigas dando el poder a ese hombre de dictar qué pase con tus nuevas relaciones. Ya sabes que no fue tu culpa. Ya sabes que al final terminaron como amigos. Ya debes de saber que no todos tus galanes harán lo mismo. Yo mismo los traté a ambos y creo que terminaron todo bien, en lo que cabe”.

Joaquín se desesperaba y eso iba en contra de su ética como profesional en la materia.

Mariana se sentaba derecha y sacaba una kleenex de su bolso. Limpiaba sus ojos viendo como el maquillaje se le comenzaba a escurrir. No decía nada. Era un silencio que se respetaba en aquel cuarto frío pero cómodo.

El tiempo pasaba y el silencio seguía. Minutos y minutos.

“Mariana, el tiempo ya se está terminando y tengo otro paciente. ¿Hay algo más que quieras decirme antes de irte?”.

“Sí. No. Bueno sí. Joaquín. Yo no he sanado la infidelidad. No la supero y no la entiendo. Cierro los ojos y lloro. Me duele. Y no. No he sanado porque nunca entenderé que pasó”..

Mariana se comenzaba a alistar para salirse de la sesión.

“Mariana, si quieres podemos agendar una cita más con tu ex para cerrar de nuevo ese ciclo. No lo veo difícil puesto que lo ves seguido y lo ves con su secretaria”.

Joaquín buscaba agendarlo en su calendario electrónico.

“Joaquín. No me has entendido porque nunca lo he dicho. Mi ex no me partió el alma. El que me destrozó e hizo insegura y desconfiada fue mi amante. Ese loco amor que nadie tiene porqué saber que existió. Ese amor que me bajó el cielo cuando lo necesité pero que tambien me hizo llorar como nadie más lo hizo. Joaquín, a mi me hizo desconfiada mi amante y no mi ex-esposo”.

Joaquín, se levanta y le abre la puerta de su consultorio.

“Sra. Eres, nos vemos la próxima semana”.

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Tenía mucho tiempo que no contaba cuentos de Mariana Eres.

NOS VEMOS EL PROXIMO MIERCOLES 🙂

Eres Alexitímica.

Mariana Eres encendía un cigarrillo con una vela aromática en el consultorio de su doctor.

“Mariana, no puedes fumar aquí’, le decía su doctor.

Mariana estaba molesta y se portaba cortante con su médico.

“¿Y qué quieres que te diga, Alonso?”.

Alonso era el médico de Mariana desde que ella estaba jovencita. Era su primo y de toda la confianza de Mariana. Alonso era considerado uno de los psiquiatras más poderosos de todo el sur de México.

Mariana tenía días con problemas no físicos sino mentales. Ataques de ansiedad, indiferencia y rasgos de depresión. No era nada nuevo en la vida de Mariana el estar luchando a diario con problemas mentales.

“No te dije nada fuera del otro mundo Mariana, pero como médico tengo que decirte que los resultados de todos los estudios me indican que eres alexitímica.”

Alexitimia es un transtorno mental donde la persona es incapaz de hacer ó corresponder emociones.

“Alonso, no pueden estar bien esos estudios. Yo soy una persona que puede demostrar afecto, soy muy sentimental. Es más, soy demasiado sentimental y me conoces desde niña. ¿Cómo es posible que me digas que padezco de alexitimia?”.

Mariana revisaba su celular como enojada, queriendo escaparse de una realidad en ese consultorio.

“Es verdad Mariana. Tu eres una persona que sabe expresar sus emociones. Eres fuerte y eres sentimiental. Estoy de acuerdo contigo pero…”, decía el doctor mientras le mostraba la pantalla de su Mac.

“¿Pero qué Alonso? No manches, me estás haciendo dudar de ti como médico”. Se encontraba nerviosa y frustrada que su consulta de rutina estaba resultando tan molesta.

“Uno de los síntomas de la alexitimia es tambien la tendencia a recurrir a la acción para evitar y solucionar conflictos”, leía el doctor mientras le señalaba en la computadora donde decía exactamente eso.

Mariana manejaba en su carro despues de la consulta. Fumaba nerviosa, un vicio que había retomado últimamente despues de haber encontrado a su pareja en brazos de Trini la secretaria de confianza de la empresa.

“Soy alexitímica”, suspiraba mientras lloraba.

Mariana no podía negar que todo lo explicado en ese consultorio médico de cierta manera era verdad.

Ella era una mujer que todos la describían como la “No paras. Todo haces. En todos lados estás. Descansa un rato. A todo dices que SI.”

Mariana siempre buscaba cualquier pretexto para salir, para emprender un negocio nuevo, para estar en las juntas de los padres de familia de todas las escuelas de los hijos. Mariana en todo estaba porque era la manera que ella escapaba de una realidad.

Todos los traumas en su niñez se fueron acumulando de tal manera que ahora de adulto su mente comenzó a enfatizar los síntomas.

Hay un dicho muy común que dice “Hay que tener la mente ocupada para no tenerla deteriorada” pero cuando el estar mental y físicamente ocupada se convierte en obsesión, entonces es cuando ya es un transtorno de la mente y debe de atenderse.

Mariana iba hacia su casa, a continuar con todos los pendientes que le quedaban en el día.

“Siri, llama a la oficina”, le dictaba a su carro.

Cris, su asistente, contestaba el teléfono.

“Cris, vamos a tener que reacomodar mi agenda de las próximas 10 semanas. Necesitas encontrar 3 horas libres en cada semana, sin quitarme tiempo con mi familia. Cuando las encuentres, me mandas el calendario y le marcas al Dr. Alonso para que el agende ese tiempo con el. Gracias Cris. No voy a la oficina hasta mañana”.

Terapia. No había de otra. Mariana tenía que ver de dónde venía ese transtorno de querer distraerse para no vivir en la realidad. Tenía que sanar su pasado.

Mariana se tenía que perdonar.

Hace mucho tiempo que no escribía de Mariana Eres. Me gusta cuando lo hago. Todos somos Mariana. En una de sus historias te puedes identificar. Gracias por leerme hoy.

NOS VEMOS EL PROXIMO MIERCOLES 🙂

¡Flota , Mariana!

Mariana Eres caminaba por el muelle. La brisa salada rizaba sus cabellos. Ese viento en su cara y la emoción de poder irse a ver el atardecer sola en un yate rentado le provocaban una sonrisa medio pícara y contagiosa.

Cansada, estresada y presionada había tenido la audacia de decidir navegar sola, aunque fuera por una tarde.

No iba lejos, solo alrededor de la bahía y siempre supervisada con un GPS que la orientaría desde la torre de control en el puerto de la ciudad.

Un delicioso chardonnay estaba ya puesto en hielos y ella llegaba al pequeño yate, no lujoso ni ostentoso pero lo suficiente para llevarla y perderla por una sola tarde.

Ese yate significaba tanto para ella. Era un escape a una realidad aunque fuera por sólo un momento.

Las clases de navegación que había tomado a escondidas (para evitar críticas) por fin iban a probarse.

No debo de beber y conducir este barquito“, pensaba Mariana en lo que se servía una copa y se dirigía hacia el timón para salir.

Cuerdas sueltas, velas puestas, yate encendido… Mariana se iba alejando poco a poco de la tierra.

Mariana, alta y espigada con la cara hacia enfrente, dominaba el gran Pacífico. El viento estaba más fresco y cada vez se veía menos la tierra.

Mariana ya no estaba en la bahía y no estaba ya tan cerca pero la señal de la navegación aún indicaba que se encontraba en territorio seguro y fácil.

El chardonnay fresco tocaba sus labios y ella disfrutaba cada sorbo lentamente.

Encontró un espacio lejos de toda tierra, en medio de las aguas y detuvo el yate.

Su celular estaba apagado porque no quería enterarse de nada ni de nadie.

Eran Mariana y el mar.. y ese vinito que ya le cosquillaba la cabeza.

En sus grandes ojos se podía ver el resplandor que el sol obsequiaba ese atardecer. Era todo un espectáculo ver el sol ser tragado por la inmensidad del mar.

Con el cielo en tonos morados y la marea un poco picada, Mariana cerraba sus ojos y se dejaba mecer en el yate.

El frío, el silencio y la melodía de las olas la llevaron a un estado de relajación profundo.

Voy a cerrar los ojos un ratito más“, se decía así misma mientras el yate encendía en automático sus luces.

Mariana se dejaba llevar por esa tranquilidad en falso ya que la rodeaban aguas peligrosas y la oscuridad que no se hacía esperar.

Mariana se dormía profundamente…

Un dolor en la espalda como cuchillos la despertaron. El ruido violento de láminas la confundían. No veía nada. Sólo sentía frío y dolor en su cuerpo.

Choqué. Estoy en el mar, atrapada“, medio pensaba en lo que reaccionaba despues de un mal giro que dió el yate en medio del mar.

No quiso averiguar con qué había chocado pero tenía que pedir ayuda antes de que el barco se hundiera.

En un momento su paz y tranquilidad se esfumaron. Mariana se había confiado de un yate y había violado dos reglas importantes de la navegación: No ir solo y no distraerse.

El viento no la estaba ayudando. Mariana estaba ya en el agua y no podía accesar al kit de emergencias para pedir ayuda.

Algo jalaba a Mariana desde abajo. Sus zapatos estaban atorados en algo y ella sentía que una fuerza la hundía.

Mariana comenzó a nadar, a patalear y manotear para mantenerse a flote.

¡No me puedo ahogar!“, gritaba como si la escuchara alguien.

Tenía esa presentación importante en el trabajo. Había que llevar a los niños a los partidos esta semana. Mañana era el cumpleaños de la comadre y ella llevaría el pastel. Los pagos de la casa no estaban en automático y ella tenía que pagarlos. El nunca le regresó la llamada despues de aquella noche. Tenía que ir por los resultados del diagnóstico de ese quiste en su brazo izquierdo. El fin de semana llegaba toda la familia a festejar el inicio del verano. El periódico la estaba esperando con el artículo de los problemas de los migrantes. No le había pedido perdón a una amiga que ofendió sin querer. Ya iba a comenzar su membresía en el gimnasio. La vida la esperaba. Mariana no se podía ahogar.

El cansancio ya era mucho y ella sabía que iba a perder la batalla contra el mar que se la quería tragar.

Mariana comenzaba a hundirse y ya no alcanzaba a agarrar aire. Luchaba y luchaba. Pataleaba y movía los brazos para nadar pero era todo en vano.

Mariana sabía que tal vez esto era su final.

Pero una voz dentro de ella le decía “Mariana, flota. Deja de luchar contra la corriente. Déjate ir. Flota, Mariana“.

Mariana se rendía sin fuerzas. Mariana dejó de forzar su cuerpo a nadar. Mariana soltó lo que no podía controlar.

Y Mariana flotó…

Mariana al dejar de luchar contra toda la corriente, se pudo calmar y su cuerpo subió a la superficie.

Mariana agarraba aire de nuevo.

Ella aprendió, casi de inmediato y porque no tuvo otra alternativa, a flotar en medio de la tempestad.

Mariana, ¡flota!“, se escuchaban ya unas voces con unas luces que venían a rescatarla.

Para el mundo, Mariana había luchado solo unos minutos.

Para Mariana, la lucha contra la corriente del mar fue equivalente a toda una vida tratando de estar a flote.

Mariana esa noche aprendió a flotar, soltando lo que no podía controlar.

Me dió gusto platicarles otro cuento de Mariana Eres, mi personaje ficticio favorito. Porque al final del día, todos somos MARIANA ERES.

NOS VEMOS EL PROXIMO MIERCOLES 🙂

Eres Enemiga

Mariana terminaba de levantar todos los juguetes tirados por toda la casa. Estaba muy cansada pero al fin estaban dormidos los niños.

Sus piernas le dolían mucho. Había comenzado a correr de nuevo y su cuerpo ya no era el de antes.

Alejandro, su marido, no llegaría temprano a casa. Otra vez. El despacho lo estaba acabando con tanto trabajo pero al final era por el bien de su familia.

Mariana iba a su recámara y sacaba un cuaderno y pluma del cajón junto a su cama. Se acomodaba en las almohadas y comenzaba a dibujar rueditas y triangulitos mientras pensaba y pensaba. Su mente necesitaba una distracción ó se iba a volver loca. Algo no andaba bien con Alejandro pero no podía realmente confirmar lo que imaginaba.

“Necesito escribir”, suspiraba Mariana en lo que dejaba su pluma y cerebro conectar con la imaginación.

Tomaba de nuevo el cuaderno y comenzaba a escribir una carta:

Querida,

Aléjate de mi. Deja de hacerme tanto daño. Me tienes acabada. Todos los días despierto para entender qué me harás.

Por más que quiero alejarte de mí, no puedo. 

Trato de explicarte todos los días que no soy fea como dices.

Por más que me arreglo y me pongo guapa, encuentras algo malo en mí y no descansas hasta convencerme que soy fea. 

Te digo también que a veces me canso mucho pero lo único que haces es decirme que mi cansancio se debe a que no soy joven ni activa como antes. Por eso comencé a correr, para demostrarte que puedo.

Criticas mi comida, mi sazón insípido. 

Me comparas con mis amigas, con mis comadres, con mi familia. Para ti siempre soy menos que todos. 

Yo todavía no entiendo porque no me puedo defender de tí. 

Y trato.

Pienso qué más hacer para que ya no me critiques ni trates mal. 

Luego metes a mis hijos en esto. Para ti nunca voy a ser una buena madre. Me culpas de todos los errores de mis hijos, de su comportamiento, de todo lo malo que les suceda.

Nunca me alabas por lo bueno que hago por ellos, como si no tuviera derecho a festejar sus triunfos. No me dejas hacerlo.

Deja de criticar mi piel, mi sobrepeso ligero, mis arrugas. No seas tan cruel conmigo cuando ves que las canas reaparecen a los 5 días de ir al salón de belleza.

No sé cómo complacerte. Me siento culpable cuando compro algo para mi porque no lo apruebas. No debo comprarme nada. 

Me haces dudar de toda mi inteligencia cuando estoy presentando un proyecto con mi jefe. Me detengo a analizar si lo que estoy diciendo está bien porque siento que me estás viendo para criticarme. 

No me dejas disfrutar a mi esposo porque siempre estás intentando hacerme sentir no merecedora de su cariño. 

Me echas la culpa de que por eso el casi no está en casa, prefiere el trabajo a su familia. No es mi culpa, siempre estoy aqui, cuando puedo.

Pero tu me culpas de que no esté. 

Me cansas mucho. Quiero que guardes silencio. Quiero cerrar los ojos y que al abrirlos ya no me vuelvas a molestar más.

 Te pido que me dejes ser feliz. 

A pesar de todo esto, yo te quiero.

Con cariño,

Mariana

 

“Cualquiera que lea esta carta dirá que estoy loca”, decía Mariana a sí misma mientras trozaba la hoja del cuaderno y la rompía. 

“Escribiendo a mi peor enemiga la cual soy yo misma”… suspiraba Mariana.

Mariana se desahogaba con ella misma. Necesitaba encontrar culpables de su desdicha, su depresión. 

Se distraía escribiendo y destruyendo lo escrito en cuanto lo terminaba. 

Era ya un ritual antes de dormir. 

Eso la relajaba. Era un juego mental para confundir sus pensamientos y lograr descansar.

Era la distracción perfecta para no aceptar lo que ya sabía como mujer.

Alejandro la iba a dejar muy pronto.

leaving

NOS VEMOS EL PROXIMO MIERCOLES 🙂