Otra semana más. Es increíble cómo pasan los días, como si fuera una carrera de velocidad sin meta.
Uno se engancha en ese ritmo veloz del día a día. Siempre hay algo qué hacer en la casa, un e-mail que mandar a un cliente, una casa que ir a visitar, una publicación que hacer en un grupo de Facebook, 200 mensajes de Whatsapp por contestar, algún lugar a donde ir, un hijo que ir por el, otra hija que ir a dejar… no tiene fin.
El mártes decidí salirme de ese ritmo por 30 minutos y me fuí al único lugar dónde siempre encuentro paz: El Océano Pacífico.
Me estacioné justo enfrente en Pacific Beach. Llegué temprano, todavía no estaba el sol expuesto.. era una neblina en la costa muy rica, fresca y corría el aire apenas y moviendo mi cabello.
Me doblé los pantalones y me quité mis sandalias para bajar a la arena fría.
Caminé un poco, meditando, rezando… dando gracias por bendiciones en el trabajo y pidiendo fuerza y paciencia para otros pendientes. Tenía ganas de llorar.
Agradecida con la vida de poder estar allí, absorbí toda la vibra positiva que pudiera brindarme el mar esa mañana.
Se veían a lo lejos algunos ‘surfeadores’ (No sé si así se dice en español sin ser ‘pocha’).
Me senté en la arena para contemplar el mar gris y frío de la mañana.
En eso llegan dos muchachos y se ponen enseguida de mi. Avientan unas mochilas, toallas y comienzan a limpiar sus tablas de surfear.
Me saludaron muy sonrientes con un “good morning” con voz de jóvenes.
Les contesté con otro “gud mornin” con mi voz…
Los observé.
Me encanta ver a los jóvenes subirse a sus tablas y dominar esas olas del Pacífico.
Veo como se aseguran que la cuerda que amarra la tabla esté bien puesta para luego amarrarla a los tobillos.
Me gusta ver como se meten al agua congelada sin decir nada.
(No como nosotros que gritamos “¡inagtuuu, qué fríaaaa!”, “¡Neeel, no se hace!”, “¡no mamssss!”, “¡Pinkyyyy frío!”)
Entran a esa inmensidad de agua sin saber qué les espera.
Se meten a esa profundidad seguros y con valentía, aunque lo hacen tan seguido que no se sienten valientes. Se divierten.
Pacientes esperan esa ola perfecta para tomarla, dominarla, vencerla.
Esa precisión de saber cómo balancear la tabla.
La fuerza de las piernas para poder pararse sin sujetarse de nada.
Ese balance perfecto de mover con los pies la tabla hacia la dirección que quieres ir.
La importancia de ‘saber caer’ cuando se acaba la ola.
Las ganas de volver a conquistar la ola que sigue.
No entiendo porqué se me vienen a la mente ‘enseñanzas’ con las cosas simples que veo en el día a día, pero estos ‘surfos’ me dieron otra lección de vida.
Pude enteder lo siguiente:
La vida está representada por el mar, por lo tanto la vida es lo máximo.
La tabla de surfear representa todo lo que nos da seguridad como Dios, la familia, los amigos cercanos, tu pareja. Es importante recalcar que deben estar siempre amarrados a uno, aunque sea del tobillo, para no perdernos en la vida.
Los surfos que ví no le ‘sacatearon’ al agua fría. Entraron sin miedo, sin titubear, sin quejarse, decididos y seguros. ¿No les dió frío? Muy probablemente sí pero no iban a perder el tiempo quejándose. Cuando no hay de otra, le entras sin excusas ni pretextos. No le temen a la vida.
Una vez dentro, flotaban sin desesperarse. Estudiaban el agua y sus movimientos. Aplaudían si otro surfo lograba montar la ola de manera perfecta. Esto me hizo sentir que en la vida uno necesita porras de los que te rodean pero es muy importante tambien uno ser porrista del prójimo.
Vi la precisión que tuvieron de decidir cual ola montar. Aquí se combinaba la experiencia con el instincto y sexto sentido. Ni la pensaban, sólo la sentían.
El tiempo que tienen entre la decisión de la ola y poder pararse en la tabla con buen balance es menos de un segundo. Igual que en la vida, hay oportunidades “de oro” que se deben de tomar en el momento, sin titubear ni dudar porque se nos va la “ola”.
Al ir parados, balanceados en esa tabla, nuestros pies deben ser el timón de hacia donde queremos ir. La fuerza y seguridad que tenemos que tener al ir logrando el objetivo sólo se logra con precisión, dirección y sin rendirse.
En el mar como en la vida, algunas veces nos toparemos olas pequeñas. Otras veces podremos irnos en unas olas gigantes y perfectas.
Hay que saber “bajarse de la ola”, cayendo ó solo aventándose al agua. Y salir sonriendo porque lo que haya durado fue divertido, fue experiencia y fue enseñanza.
Es importantísimo que la tabla siempre esté bien atada al tobillo. Es la que nos mantiene a flote. Sin la tabla (Dios, familia, fe, amistades) ni siquiera podemos surfear. La necesitamos.
Los surfos me enseñaron que no pasa nada si algo se termina ó no se da porque siempre hay otra oportunidad de mejorar.
No eran perfectos, no dieron el espectáculo pero a ellos no les importaba. Ellos vivieron sus olas, vivieron su día en el Océano Pacífico y me inspiraron para escribirles hoy.
NOS VEMOS EL PROXIMO MIERCOLES 🙂
Me encanta estar frente al mar y sentir la presencia De Dios, la paz inexplicable, descanso frente aquella inmensidad llena de misterios y de fuerza, sin embargo no te quieres mover de ahí 😍